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ORDENAR LA CASA

El joven Ohrim depositó cuidadosamente a los pies del viejo maestro los donativos que había recogido en el pueblo: víveres, algo de ropa, bastantes desaires y mucho desprecio. Una a una fue sacando de su bolsa las dádivas recibidas mientras les rendía el homenaje de agradecimiento que se merecían.

Aquella tarde, sin embargo, la mente del joven aprendiz parecía navegar por aguas bien distintas a las de la gratitud y el maestro no se resistió a explorar las sombras que oscurecían la luz del reconocimiento que, de ordinario, iluminaba el rostro del muchacho al regreso de sus expediciones mendicantes.

- ¿En qué tinieblas traes hoy envueltos los obsequios que has traído del pueblo?

- Maestro... -el joven novicio parecía revivir en todo detalle una escena reciente- hoy he visto algo en el pueblo que me ha dado que pensar...

- ¿Una linda joven tal vez? -al viejo maestro le gustaba poner en aprietos a su discípulo-.

- No, no, maestro. Un hombre. Un hombre en el parque.

- ¿Un hombre en el parque? ¿Y qué tenía aquel hombre que tanto parece haberte afectado?

- Era lo que hacía aquel hombre, maestro. Se dedicaba a recoger papeles, basura, desperdicios, para llevarlos a la papelera.

- Una acción loable, me parece. ¿Qué es lo que te ha perturbado de la situación?

- La gente se burlaba; lo miraban y cuchicheaban, maestro, como si estuviera trastornado.

- ¿Y cuál es tu opinión, joven Ohrim? ¿Qué piensas tú al respecto?

- Yo no sé que pensar... La acción de recoger los desperdicios me pareció correcta. Pero el contexto social... La gente del pueblo, tenía una actitud de rechazo hacia aquel hombre y lo que hacía...

- Buena observación muchacho. ¿Y qué es lo que te preocupa?

- Que llegado el momento, maestro, yo no sepa cómo obrar: si seguir los dictados de lo que creo que debería hacer o las normas sociales de la corrección y el saber estar...

En aquel momento, un sonido inesperado llamó la atención de ambos. En un árbol cercano, una familia de monos revoltosos se había instalado a lo largo del tronco, como si estuvieran colocados en una escalera, alborotando, disputándose la comida y riñendo entre ellos. El viejo maestro sonrió y le hizo notar a su discípulo la curiosa disposición de los animales.

- Observa, Ohrim; ahí tienes una representación de las fases del desarrollo personal.

El joven novicio miró desconcertado a su maestro, pidiéndole con su silencio una explicación más clara.

- Es como subir una escalera -continuó el anciano-. La persona más desgraciada es aquella que tiene su casa desordenada y no es consciente de que su casa está revuelta. Piensa que su desgracia es un capricho del destino y que a ella nada le corresponde hacer. Se considera una mera VÍCTIMA. Es un ser alienado.Todos nos sentimos desgraciados de vez en cuando. No es la desgracia lo que nos sitúa en el peldaño más bajo de la escalera de la vida. No darnos cuenta de lo que hay que hacer y, por tanto, no hacer lo que deberíamos es lo que nos conduce a una vida limitada y sin sentido.

En el siguiente escalón se sitúa el que es desgraciado porque su casa está desordenada y se da cuenta de ello pero no se ve capaz de hacer nada al respecto, con lo que se siente aún más desgraciado por tener que vivir en una casa tan desastrosa. Esta persona se revuelca en la miseria sin hacer nada por arreglar su vivienda. Se trata del NEURÓTICO. Es también muy desgraciado pero está un peldaño por encima de la víctima porque, al menos, es consciente de su situación así como de la insatisfacción que esta le produce aunque, de momento, no haga nada por remediarla.

Un poco más arriba está la persona que vive incómoda en el desorden de su casa por lo que empieza a poner algo de orden en sus aposentos. Tal vez su terapeuta o alguna persona sensata le haya dicho que la actividad es un buen remedio para olvidarse de los problemas o de la melancolía por lo que esta persona se anima a limpiar algún rincón. Poco a poco, su ánimo va mejorando y llega a ordenar toda la casa. Es la persona NORMAL. Se deja guiar por el sentido común y la experiencia. Pero todavía se basa en sus sentimientos por lo que su estado de ánimo depende, sobre todo, de su entorno. Cuando vuelva a tener la casa revuelta, caerá de nuevo en la melancolía y la desesperación.

En el peldaño siguiente está el que se siente mal por tener su casa desordenada pero se da cuenta de ello y se toma su tiempo para arreglarla. Pero no hace el trabajo para distraerse sino porque "hay que hacerlo". Esta persona ya no se guía por sus sentimientos sino que se centra en el hacer, en el orden natural de las cosas y antepone su hacer, su conducta a la abulia que le quieren imponer sus sentimientos negativos. Es la persona ELEVADA. Su desarrollo moral la sitúa por encima de las anteriores pero corre el riesgo de sentirse "superior", capaz de hacerlo cualquier cosa contando tan sólo con sus propias fuerzas.

Un poco más arriba se ubica la persona que, a la hora de limpiar su casa, sabe que no está sola: sus padres le enseñaron cómo hacerlo cuando era aún un niño y, ahora, se siente parte integrante de un equipo en el que intervienen desde aquellos que fabrican escobas y fregonas o detergente y gamuzas para el polvo hasta los carpinteros que han levantado las estanterías o confeccionado los cajones donde va guardando, ordenadamente, las cosas. Como es un ser humano, ocasionalmente se siente también desgraciado. Pero sabe que, en todo momento, puede contar con el universo del que él mismo forma parte por lo que su estado de ánimo habitual es más de agradecimiento que de exigencia o desesperación. Es la persona INTEGRADA, capaz de ver un horizonte más amplio porque está hacia la parte de arriba de la escala.

Por último, en el escalón superior, se sitúa aquel que se ve a sí mismo como un instrumento del que dispone la realidad para hacer lo que tiene que hacer. No es sencillo explicar esto en palabras. Sólo te diré que, en este estadio, el sujeto no ve su casa como algo de su exclusiva propiedad sino como una parte de la realidad y la realidad consiste en conseguir mantener la casa limpia. En cada momento, hace lo que hay hacer, independientemente de cómo se sienta o de lo que pueda pensar. Es la perspectiva de la persona REALIZADA. En este punto, el sujeto sabe que todo lo que haga por su entorno y por los demás lo estará haciendo por sí mismo y, también, todo lo que se haga a sí mismo, lo está haciendo al os demás.

Ahora dime, muchacho: ¿En qué fase de desarrollo crees que se encontraba el hombre que recogía desperdicios en el parque y en qué escalón estaban los que se burlaban de su actividad?

El joven Ohrim guardó silencio. Los monos bulliciosos habían abandonado el árbol elegido para compartir su cena dejando el suelo lleno de desperdicios: cáscaras de frutos, ramas rotas, hojas... Finalmente, el novicio se levantó y, sin decir palabra, empezó a recoger toda la basura dejada por los monos.

A medida que su trabajo iba progresando, una sonrisa de satisfacción iluminaba su cara.


Dedicado a ese hombre joven extraño que recorre las calles de mi ciudad recogiendo papeles.


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