Ahí estaba, por fin. Lo había conseguido. Hacía tiempo que lo venía acechando; casi, casi, se podría decir que lo había estado persiguiendo. Pero el dichoso pajarillo no se dejaba fotografiar.
Lo había intentado desde todos los enfoques y con todas las lentes. Cuando creía que lo tenía encuadrado, el muy bribón levantaba el vuelo y, o bien se salía del marco del visor antes de que pudiera accionar el disparador o, si conseguía pulsar el botón, la foto quedaba tan movida que, por más photoshop que le aplicara, no había manera de que se pudiera aprovechar.
Pero, ahora, ahí lo tenía a merced del objetivo de su cámara. Posado en la alambrada, el gorrión parecía estudiar el infinito que se abría al otro lado de la verja.
Se quedó inmóvil como una estatua. Por un segundo, temió que el taimado pájaro levantara el vuelo, como siempre. Pero, esta vez, el avecilla permaneció tan inmóvil como su foto-depredador. Tal vez estaba fascinado por la inmensidad de aquel cielo brumoso; lo mismo que el fotógrafo estaba fascinado por la quietud del gorrión.
Lentamente, alzó la cámara para ajustar el enfoque. En el marco del visor, sólo el pajarillo, un retazo de alambrada y, como fondo, el gris infinito del cielo. El resto del universo había desaparecido.
Sintió un asomo de ternura al componer la toma: el ave parecía tan indefensa, tan insignificante, frente al misterio infinito de un destino impenetrable simbolizado en aquel cielo inmenso...
Ahora, lo tenía perfectamente enfocado.
Recordó el juego de "aquí te espero" con el que parecían divertirse algunos pájaros pequeños mientras él caminaba en busca de temas que retratar: El reto consistía en que el ave se posaba en alguna señal de tráfico y aguardaba a que él se acercara lo más posible; hasta el punto en que el pájaro ya no resistía más y salía volando para posarse en la siguiente señal, donde esperaba, de nuevo, al fotógrafo ambulante. El juego parecía terminar cuando el pájaro, definitivamente, renunciaba al desafío y se alejaba volando.
Pero, a veces, algún pajarillo temerario, después de un par de pequeñas fugas, permanecía posado, aguantando su temor hasta que el caminante pasaba por debajo de su apostadero eventual. Entonces, el fotógrafo tenía la sensación de que el ave se consideraba vencedora; como si proclamara: "¡Eh! Soy capaz de vencer mis miedos. Dejo que te acerques y no salgo huyendo. Ya ves: ahora, yo estoy en lo alto y tú pasas por debajo, cargado con tu cámara y tus pesares. Soy yo quien ha ganado".
Tal vez ese gorrión esquivo fuera un experto en el juego del "aquí te espero".
Accionó el disparador temiendo que el pájaro volara en el momento crítico.
Sonó el "click" del mecanismo, pero el ave permaneció impasible, mirando siempre al infinito.
Entonces, el fotógrafo se dio cuenta de que, en realidad, el pajarillo mantenía una pose erguida, de desafío, como si estuviera aceptando el reto no sólo de la proximidad del fotógrafo, sino el de la incertidumbre por la inmensidad del destino indescifrable que tenía por delante.
Guardó la cámara y se despidió del pajarillo, dándole las gracias. El ave, vencedora, permaneció posada en la alambrada.
Y el fotógrafo continuó su camino, más erguido ahora, dispuesto a aceptar el reto de mantenerse firme frente a sus temores, a sus angustias y a sus propias incertidumbres por el futuro...
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