La niña, deseosa de ser como su mamá, se dispone a ayudarla en la faena de fregar los platos.
La madre, deseosa de que su hija no tenga que recorrer el mismo camino de sumisión, obediencia, represión, y sacrificio que ella ha tenido que sufrir a causa de la ideología imperante en los tiempos que le tocó vivir, mira pensativa, de reojo, a su hija y la deja hacer sin decir nada.
La niña, con las manos enfundadas en unos guantes que le vienen grandes, sonríe junto a su madre y se divierte con la espuma del detergente mientras juega a "ser mayor" y a "hacer cosas de mayores".
La madre recuerda su larga iniciación para convertirse en adulta: la despedida de los juegos, la renuncia a los sueños, la autonegación de sus cualidades.
La niña hace volar globitos de espuma, enjuaga los platos bajo el agua tibia y disfruta de todo aquel ritual de limpieza que le resulta nuevo.
De pronto, un plato demasiado enjabonado se le escurre de entre sus manos enguantadas y, sin que la chiquilla pueda impedirlo, se hace trizas en el suelo.
La madre se estremece con el eco de broncas antiguas, de regañinas por sus descuidos infantiles... Ese es el camino que no quiere que recorra su hija.
La niña, desolada, se queda mirando a la madre sin saber que hacer. Sólo acierta a decir:
"Se me ha roto un plato... ¡Qué torpe soy!"
La madre baja el volumen de sus propias galernas mentales -enfados, culpabilidad, humillaciones- y mira a su hija con ternura. Quiere enseñarle una lección, pero una lección que le resulte útil de verdad para su vida futura. Se agacha un poco para ponerse a la altura de los ojos de la niña y le dice:
"No es eso lo que hay que decir cuando a una se le rompe un plato"
La niña se queda sorprendida:
"¿Qué es lo que hay que decir cuando a una se le rompe un plato?"
"Hay que decir: 'Se me ha roto un plato. Voy a recoger los pedazos'"
Madre e hija juegan ahora a recoger, con mucho cuidado, los trozos desperdigados del plato roto.
Luego siguen jugando a fregar la vajilla. Madre e hija hacen pompas de jabón; no les preocupa que se moje un poco el suelo.
Total, lo único que hay que decir cuando se moja el suelo es: "Se me ha mojado un poco el suelo. Voy a secarlo"
Y la madre entiende que hay un camino nuevo por delante. Más ameno, más luminoso, más libre...
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