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LA DIFICULTAD DEL CAMINO

No lo había logrado. La larga sesión de meditación, lejos de calmar su mente y serenar su ánimo, había sumido al joven Ohrim en un estado de melancolía próximo a la desesperanza. En lugar de conseguir vaciarse de todo pensamiento centrándose en el ritmo de su respiración, los recuerdos se le habían agolpado como pesadillas recurrentes dejándole la amarga secuela de la reminiscencia de viejos fracasos, planes frustrados, pérdidas dolorosas, ilusiones frustradas, de manera que su meditación, en realidad, se había convertido en una batalla contra sus recuerdos.

Sacudió la cabeza intentando desprenderse de las antiguas memorias para centrarse definitivamente en la realidad y observó con curiosidad al viejo maestro que, como siempre, mostraba su eterna media sonrisa, señal de conformidad con "la vida-tal-como-es-en-el-momento-presente".

El anciano percibió el rastro de la amargura en el rostro del muchacho y le preguntó con calma:

- ¿Algún viejo fantasma te ha salido al encuentro desde lo más profundo de tu meditación?
- No consigo concentrarme en mis meditaciones, maestro, -respondió con desánimo el joven-. Me temo que no tengo un carácter tan firme como el tuyo.
- ¿Un "carácter"? -se fingió sorprendido el maestro-. Jamás en la vida he visto un carácter. Ciertamente, he conocido a muchas personas y he visto muchas acciones de todo tipo. Pero jamás me he tropezado con nada parecido a un "carácter".

El joven Ohrim miró desconcertado a su maestro. Reflexionó un instante y replicó

- Tal vez sea que no consigo dominar la técnica la meditación. Seguramente tendré que mejorar algún aspecto de mi postura o del ritmo de mi respiración...
- La "técnica"... sí -el anciano se quedó un momento pensativo-. Déjame que te cuente una vieja historia que me contó mi maestro, hace muchos años, cuando yo estaba convencido de que jamás lograría mantener un solo minuto mi concentración...

...Tres novicios le preguntaron a su maestro cuál era el camino más rápido para la perfección. El maestro los condujo hasta un punto en el que se abría un angosto sendero pedregoso. "Este es el camino", les dijo mostrándoles la senda apenas marcada por las huellas de los pocos caminantes que la habían recorrido previamente. "Cada uno de vosotros debe recorrerlo en solitario pero sólo debe emprender el viaje cuando esté dispuesto a hacer frente a las dificultades que ha de encontrar a lo largo del recorrido".

El primer novicio, alegremente, echó a andar camino adelante sin preocuparse demasiado de lo que podía aguardarle. A los pocos pasos, la dificultad del recorrido fue borrando el entusiasmo del joven monje que, finalmente, decidió volver sobre sus huellas lamentándose de su mala suerte por tener que adentrarse por aquella ruda vereda y confiando que, en el futuro, el destino le depararía otra oportunidad menos penosa.

El segundo novicio recurrió a sus libros en busca de técnicas y rituales que le facilitaran el viaje. Regó el suelo con agua del río sagrado y se ungió con los aceites más puros. Vistió su túnica más blanca y, finalmente, echó a andar por el áspero pedregal, en busca de la perfección. Por supuesto, antes de que hubiera completado la primera milla, el agua se había evaporado, los aceites se habían corrompido con el sudor de su cuerpo y la túnica estaba hecha jirones por las asperezas del camino. El segundo novicio también volvió sobre sus pasos lamentándose de no disponer de mejores recursos, de agua sagrada en mayores cantidades, de aceites más puros y de un maestro más sabio.

El tercer novicio, tras considerar muy seriamente la dureza del recorrido que tenía por delante, se aprovisionó de agua y alimento, se calzó las sandalia más fuertes que pudo encontrar, se encomendó al Espíritu del Universo para que le ayudara a poner en marcha sus propios recursos para afrontar el reto que le aguardaba y comenzó la peregrinación hacia su propia perfección. Caminó y caminó, valorando cada obstáculo y tomándose el tiempo necesario para salvarlo, descansando para recuperar fuerzas y dedicando siempre más atención a su objetivo final que a las ampollas de sus pies y a la fatiga de su cuerpo. Siempre adelante, en busca de la perfección.

El anciano guardó silencio y señaló hacia el ocaso. Maestro y discípulo contemplaron en silencio la  majestuosidad de la puesta de sol. Al cabo de un rato, con el ánimo más sereno, el joven Ohrim preguntó al maestro:

-  Maestro, y aquel joven novicio de la historia, ¿alcanzó por fin su perfección?

El viejo maestro sonrió con ternura a su discípulo y, señalándose a sí mismo, le respondió:

- Todavía prosigue su viaje, hijo mío. De momento, sólo ha llegado hasta aquí.


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