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EL MECANISMO (el Momento de Elección)

Había sido una ganga; en realidad, le había salido gratis. Ni siquiera los gastos de envío. Y el resultado, bien mirado, no estaba del todo mal. Lo había conseguido a través de Internet y el único requisito consistía en redactar un comentario sobre el producto. 

Como por arte de magia, el anuncio había aparecido en la pantalla de su ordenador:  "Mecanismo para dejar de fumar. Basado en los avances de la Psicología de Tercera Generación". Él había tecleado sus datos y, luego, se olvidó del asunto.

Cuando recibió el paquete, lo que menos se esperaba era que el envío tuviera el aspecto de una caja húngara. ¿Un mecanismo para dejar de fumar? Bueno, por lo menos la estética era agradable y como a él no le había costado nada, en último caso podía servir de adorno en la estantería.

Las instrucciones, la verdad, eran un poco liosas y tuvo que leerlas varias veces: "Manténgase sin fumar el mayor tiempo posible. Active el mecanismo cuando sienta que ya no puede evitar encender un cigarrillo".

Hasta ahí estaba claro. Lo complicado era el procedimiento de activación del mecanismo: "Deslice hacia la izquierda, hasta extraerlo, el listón frontal inferior, con lo que tendrá acceso al listón lateral derecho que deberá extraer, empujándolo hacia delante. En la muesca interior del listón lateral está la llave de apertura. Para acceder a la cerradura, deslice hacia abajo la pieza central del frontal. Abra con la llave y siga las instrucciones del interior".

Afortunadamente, un gráfico aclaraba, paso a paso, cada una de las maniobras de apertura.

Él había aguantado las ganas de fumar buena parte de la mañana. Hasta que, en un momento de distracción, de manera automática, echó mano al paquete de tabaco y extrajo un cigarrillo. Ya se lo estaba llevando a la boca cuando recordó el "mecanismo para dejar de fumar" que había colocado sobre la mesa. Sí, aquel era el momento de poner a prueba el "invento psicológico de tercera generación". Volvió a introducir el cigarrillo en el paquete y alargó la mano hacia el folleto con las instrucciones.

Deslizó, empujó, extrajo, bajó, introdujo, giró y... en efecto, la tapa del mecanismo se abrió suavemente.

Sintió que las ganas de fumar se desvanecían durante unos segundos -el tiempo que le había llevado realizar todas las maniobras de apertura del mecanismo-. En su interior, otro papel con nuevas instrucciones. ¿Qué podría decirle que ya no supiera? Se puso cómodo en la butaca, desplegó el nuevo folleto y se dispuso a leer: 

¡Enhorabuena! Ha sabido usted acceder al "Momento de Elección": Usted ha podido encender un cigarrillo. Sin embargo, ha decidido activar el "Mecanismo para dejar de fumar". Eso quiere decir que dispone de la capacidad para poner su conducta bajo control de su voluntad en lugar de dejarla en manos de sus impulsos. Su deseo de fumar, seguramente, sigue en pleno vigor pero usted puede decidir anteponer sus razones a sus impulsos. ¡Bien hecho! Cierre de nuevo el mecanismo y recurra de nuevo a él cuando crea que ya "no puede" aguantar más. Verá que sí que puede. Cada vez le resultará más fácil pasar sin fumar y, cada vez, se sentirá usted más satisfecho de sí mismo. ¡Adelante! Estamos con usted.

El folleto añadía que el mecanismo, además, podía ser utilizado en diferentes situaciones aparentemente regidas por impulsos incontrolables: 
  • comer dulces
  • iniciar discusiones
  • aplazar obligaciones
  • perder el tiempo
  • beber en exceso
  • etc.

 Su primer impulso fue tirar el folleto y echar mano del tabaco. Sin embargo, se contuvo.  Le gustaba saborear los "momentos de elección" que empezaba a descubir, como islas de calma, en medio de la turbulencia de sus impulsos nocivos. Cerró el "mecanismo" con cuidado, desandando todo el entramado de maniobras que había tenido que hacer para ejecutarlo, y lo colocó sobre la mesa, bien a la vista. Seguramente tendría que recurrir de nuevo a él en breve.

Mientras tanto, empezó a escribir su comentario sobre el producto. La valoración, desde luego, iba a ser positiva. Superada la frustración inicial, tenía que reconocer que el mecanismo era perfecto. 

Si había algún fallo, desde luego, no podía ser achacable al "mecanismo", sino sólo a él...








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