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MONOPATIN

Siempre he preferido las historias reales a las inventadas, los personajes de carne y hueso a los héroes voladores, las realidades tangibles a las metáforas ingeniosas, la grisalla de los cuadros vitales a las estampas coloreadas de los cuentos infantiles.

Por eso, esta vez, no voy a escribir ninguna historia fantástica sobre desarrollo emocional. Me limitaré a hacer una reflexión personal sobre la  realidad de la lección de vida que a todos nos ha dado Ignacio Echeverría, "el héroe del monopatín" con su entrega total a los demás, con su coherencia con sus valores vitales y con su actitud valiente en medio de lo que debió ser una avenida del terror.

No sé si los saltos que dan los patinadores tienen una denominación concreta pero Ignacio Echeverría saltó con su monopatín por encima de las normas convencionales y los convencionalismos urbanos. Él percibió una urgencia vital y no perdió un segundo marcando en el dial de su móvil el número de la policía. Simplemente, arremetió con su monopatín contra el foco del problema. Una última pirueta que a él le costó la vida pero que dio la vida a quienes pudieron aprovecharse del momento para ponerse a salvo.

Y a los que no estábamos allí nos hizo una interpelación sin palabras: "¿Y tú, qué habrías hecho?"

Y esa es la pregunta que no sabemos, no queremos, no nos planteamos contestar.

En un instante, Ignacio Echeverría dejó de ser él mismo. Se convirtió en la persona a la que estaban apuñalando los terroristas, en cada una de las víctimas que yacían en el suelo, en los viandantes que huían despavoridos, en las gentes indefensas, en todas y cada una de ellas. No pensó en sí mismo ni en su  propia seguridad sino en la seguridad de los indefensos. Él se convirtió en un torbellino de solidaridad activa. Seguro que no fue un milagro. Seguro que él ya era de esa "madera".

Y la gran lección de Ignacio es que la vida no tenemos que preservarla a toda costa sino, a toda costa, vivirla. Vivirla en función de nuestros valores más arraigados, aunque eso nos pueda traer "malas" consecuencias. Vivirla no sólo por nosotros, sino por todos los demás, aunque, por ello, tengamos que entregarla.

"¿Y tú, qué habrías hecho?"

Hoy, en las noticias, los hermanos de Ignacio nos han dado otra lección de nobleza, de serenidad y de aceptación. Nos han dicho, en definitiva, que están orgullosos de su hermano y de su decisión. Lo mismo que lo estamos todos. Orgullosos y agradecidos.

Yo no guardaría minutos de silencio por Ignacio Echevarría. Le brindaría horas y horas de sonoros aplausos. Ni pondría banderas a media asta; las desplegaría todas al viento, en su honor.

Ignacio Echevarría no ha muerto. Sigue vivo en cada uno de nosotros, en cada testigo directo de la masacre de Londres y en cada televidente confortablemente instalado en el sofá de su casa. Él, como un mesías, se ha dado a todos nosotros, se ha dado por nosotros.

Pero, en el aire, sigue flotando la pregunta: 

"¿Y tú, qué habrías hecho?"

Comentarios

  1. Incómoda pregunta. Todos deseamos ser admirables pero preferimos no tener que incomodarnos para ello, mucho menos arriesgar nuestra vida, tan preciosa. Los héroes como Ignacio sirven para inspirarnos y para recordarnos que preservar nuestra integridad moral puede implicar arriesgar nuestra integridad física.
    ¿Qué haría yo? Posiblemente y mal que me pese, correr muy rápido. La cuestión es que, si sintiese que habría podido hacer algo para dar la vuelta a la situación y no lo hubiese hecho, me habría condenado a sentirme fatal por ello el resto de mi vida. Y es que, si lo sabemos como si no, todos queremos ser admirables y no nos resulta fácil perdonarnos por no serlo. Es una de las leyes de la vida

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