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EL REGALO. Cuento de Navidad 2016


Cuando se levantó por la mañana le sorprendió no recibir, como cada día, el doloroso saludo de su cadera; aquella molesta punzada que, sistemáticamente, le obligaba a tambalearse cojeando durante dos o tres pasos hasta que el dolor se desvanecía y él podía seguir avanzando sin problemas.

"Será un regalo anticipado de Nochebuena", pensó con ironía. En todo caso, era hora de ponerse en marcha. Aquel era un día como todos y, pese a la manía de la gente de convertir las Navidades en algo mágico, la realidad era la realidad y la jornada laboral, la prioridad más importante.

También le resultó algo extraño el sabor del café. O, mejor dicho, el "sinsabor"; la ausencia de gusto de los ingredientes del desayuno: ni el café ni las tostadas con mermelada parecían saber a nada. Era como masticar una bola de una sustancia neutra, compuesta sólo de volumen y textura pero sin sabores ni olores. "Bien; tonterías -se dijo-. Acabar rápido el desayuno y salir pronto para el trabajo, que es lo importante".

Al salir del coche se encontró, como cada día, al mendigo de la barba blanca que en la esquina del soberbio edificio de oficinas lo saludaba sonriente, con la gratitud anticipada por las monedas que, cada mañana él le entregaba. Aquel día, sin embargo, un extraño pensamiento se abrió paso en su mente: seguro que el pedigüeño aquel debía cobrar alguna ayuda económica con lo que, en realidad, seguramente era una especie de estafador. Así que desvió la mirada del hombre de la barba y la sonrisa y siguió su camino, calculando el ahorro en limosnas que podía conseguir cada semana, cada mes, cada año… Sí, lo suyo era la economía. No podía haber otra cosa más importante en el mundo que la economía y las finanzas.

Una vez en el despacho, se entregó con dedicación a su trabajo. Examinó la primera solicitud de préstamo. Conocía a la solicitante,  una mujer viuda de un subalterno de la compañía; sabía de la precariedad de su situación personal y familiar, conocía al hijo de ambos –un chico inteligente, buen estudiante, aplicado y trabajador- Seguramente que el préstamo les vendría muy bien para hacer frente a los pagos que debían afrontar. A ellos, sí; pero no a la compañía de la que él era responsable.

No lo dudó un momento. Impregnó el sello de “DENEGADO” en tinta roja y lo estampó en el documento asegurándose de que quedaba bien visible sobre el papel para evitar posibles confusiones o, incluso, sabotajes por parte de alguno de sus empleados, antiguo compañero del difunto marido de la solicitante.

Sí, aquel día se sentía en plena forma. Como nunca. Era como si se hubiera librado de una inútil carga de sentimentalismos para llenarse únicamente de “sentido práctico”.  Un espléndido regalo de Navidad ¿Cómo no se le habría ocurrido antes? Seguro que aquel era el sentido lógico de la evolución humana. Seguro que, ahora, con su nueva actitud, iba a conseguir grandes beneficios para la compañía.

"Beneficios". Esa era la palabra. Por eso, cuando lo llamó su hermana para recordarle que debían ir a visitar a su padre a la residencia de ancianos, le puso como excusa para no ir la reunión que iba a mantener con los directivos de la compañía con la que planeaban fusionarse. Que fuera ella; al fin y al cabo, los detalles esos de afectos y sentimientos se les daban mejor a las mujeres. Él tenía trabajo importante del que ocuparse.

La cosa se complicó cuando encendió el puro que acaba de ofrecerle su principal cliente –al fin y al cabo, iba a ser Nochebuena y aquello era también una manera de hacer negocios-. Se quedó hablando de la buena marcha de la compañía, olvidándose de la cerilla encendida que aún sostenía en la mano. La llama se fue aproximando a los dedos sin que él advirtiera la más mínima molestia hasta que, finalmente, llegó hasta la piel y la carne. Él seguía hablando, ajeno a la quemadura de la mano, sorprendido por la mirada de sorpresa de su interlocutor que, alarmado, gesticulaba señalando hacia su mano.

Hasta que le olió a chamusquina. Hasta que vio que una llamarada salía de sus dedos. Hasta que su secretaria se abalanzó sobre él empuñando una jarra de agua. Hasta que se oyó la alarma de incendio. Hasta que sonó la sirena del coche de bomberos…

…Hasta que sonó el despertador y él, sobresaltado, se tiró de la cama.

Una pesadilla. No había sido más que una pesadilla.

Y se alegró de sentir la punzada en la cadera que le obligó a cojear en los primeros pasos. Y se alegró de quemarse la lengua con el café demasiado caliente, y de saborear las tostadas.

Luego pensó que, camino de la oficina, debería darle una especie de aguinaldo a aquel mendigo de la barba blanca que tenía medio adoptado. Al fin y al cabo, debía ser muy duro pasarse los días en la calle, viviendo de la generosidad de la gente.

Y también tenía que ver la manera de ayudar a la viuda del subalterno. Aunque eso supusiera engrosar la partida de “pérdidas” de la compañía. A ella le vendría muy bien un apoyo económico y el hijo podría continuar sus estudios.

Y también tenía que ir a visitar a su padre a la residencia. A ver si hacía un hueco para recordárselo a su hermana aquella mañana.

Entonces, le vino una idea a la mente: ¿Sería posible que su regalo de Nochebuena fuera aquella molesta punzada en la cadera que, cada vez que se incorporaba, le obligaba a cojear los primeros pasos?

No parecía muy agradable, pero nunca se debe rechazar un regalo.

Así que, encogiéndose de hombros, dio las gracias por sentirse vivo. Dolorosamente vivo


Comentarios

  1. Muchas gracias Ramiro por haberme ayudado a reflexionar y tratar de ser algo mejor con tu precioso regalo que es cuento de Navidad 2016.
    Jose Penzol Diaz.

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  2. Gracias por compartir esta metáfora. Excelente

    ResponderEliminar
  3. Bonito y sabio el cuento. Gracias por compartirlo

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