¿Cuándo llega la Navidad? Se pregunta el anuncio de una empresa de viajes.
Y sugiere múltiples respuestas: Cuando caen los primeros copos, cuando ponen el primer anuncio de turrón, cuando se encienden las luces...
Naturalmente, la propuesta final del comercial es que la Navidad llega "cuando llegas tú".
Sin que sirva de precedente, lo cierto es que yo estoy bastante de acuerdo con el reclamo. Aunque con matices.
Porque, en realidad, la Navidad no "llega" como puedan llegar las lluvias del monzón ni, mucho menos, como llega el autobús que uno va a tomar para acercarse al pueblo.
Pero el anuncio me gusta porque establece el protagonismo de la acción en el elemento adecuado: "TÚ" (o yo, o nosotros...).
La Navidad no es un fluido etéreo que nos conmueve internamente y nos vuelve cariñosos por arte de magia.
Lo cierto es que denominamos Navidad a un tiempo en el que solemos darnos permiso para hacer alarde de un consumismo exacerbado y un sentimentalismo pasajero que sólo extinguimos al tiempo de apagar las luces, desmontar los adornos y prepararnos para subir la cuesta de enero (que suele "llegar" como consecuencia de nuestros gastos previos, no por una ley misteriosa de tiempos y acontecimientos).Pero somos NOSOTROS los que decidimos lo que consumimos, los que dedicamos los tiempos muertos a visionar películas tiernas y los que nos entretenemos canturreando villancicos.
Lo que quiero resaltar es el supuesto psicológico de la SIMPLIFICACIÓN MENTAL que junto con la sobregeneralización ("todo me pasa a mí...") y el catastrofismo ("vamos directos al desastre...") pasa por ser el "virus" más insidioso en la génesis de todo tipo de cuadros neuróticos y problemas (inter)personales.
El equívoco proviene de nuestra limitada capacidad de percepción de globalidades que sólo nos permite captar pequeños fragmentos de la realidad total.
Y la primera fragmentación que llevamos a cabo con nuestras limitadas capacidades mentales es la distinción YO/REALIDAD. Como si la "realidad" fuera algo externo a nosotros mismos y nosotros no formáramos parte de la realidad global.
Por ejemplo, ahora decimos que "LA PANDEMIA" se extiende descontroladamente. Y es cierto que aumenta el número de contagiados de covid-19. Pero, ¿no formamos parte nosotros de la pandemia?
No son los virus los que están al acecho, aguardando un despiste nuestro para invadirnos; somos nosotros quienes vamos al encuentro de los virus, los paseamos y los distribuimos en reuniones, fiestas y aglomeraciones. Los virus están en la "realidad" y sus propagadores, o sea, nosotros, formamos también parte de esa misma "realidad"
Esta tendencia nuestra a desvincularnos de todo protagonismo en los acontecimientos indeseables se pone de manifiesto en la utilización de conceptos abstractos tales como "el destino" o "la suerte" pero también en otros constructos con una cierta apariencia de realismo como, pueden ser "la educación recibida", "los ejemplos que me han dado" o hasta "el carácter" que yo tengo.
Siempre resulta más sencillo y menos culpabilizador atribuir la causa de cualquier problema a algo externo, ajeno a nosotros, antes que a la acción -o a la omisión propia-. Por eso renunciamos a reconocer nuestro protagonismo y buscamos preferentemente causas externas que justifiquen nuestro mal hacer en multitud de situaciones.
Sin embargo, desde que tenemos uso de razón podemos elegir los modelos que queremos seguir, buscarnos la educación que mejor nos convenga y hasta modelar el propio carácter, como muy bien proponía Benjamin Franklin en su Autobiografía.
Pero, ahora, hemos "traído" la Navidad y "toca" hablar de ese tema.
Por eso, mi mejor deseo para todo el mundo es: ¡FELIZ PROTAGONISMO NAVIDEÑO Y VITAL!
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