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A CONTRAPELO

 


En épocas de confusión y desánimo como esta que ahora atravesamos, a veces, tratamos de consolarnos con la idea de que las crisis entrañan crecimiento.

Y eso es verdad, pero con un pequeño matiz: no son las crisis lo que nos hace madurar; es el modo en que afrontamos esas crisis lo que nos lleva a ser más maduros o más indefensos.

Y para alcanzar esa madurez de los tiempos difíciles es conveniente disponer de recursos eficaces para desarrollar un sano protagonismo vital que nos devuelva la capacidad de iniciativa y el sentido de sana responsabilidad.

 Frente al desmoronamiento o la abulia, frente a la pasividad y el “dejarse llevar”, siempre podemos recurrir a la pregunta clave del VIVIR CONSTRUCTIVO - “¿qué es lo que tengo que hacer?”- como un activador mental de nuestra propia creatividad para superar los sentimientos de impotencia e indefensión que en esos momentos críticos amenazan con succionarnos hacia el abandono y la renuncia a nuestros propósitos vitales.

¿Qué es lo que tengo que hacer? ¿Qué debería hacer en esta situación?

Este tipo de preguntas ayudan a desencadenar una tormenta de ideas constructiva que puede dar lugar a la consideración de nuevas perspectivas respecto a la paralizante situación actual y facilitar, de ese modo, la movilización de nuestros recursos personales.

En primer lugar, la respuesta que nos surja ante ese tipo de pregunta nos servirá de base para tomar alguna DECISIÓN PERSONAL.

La toma de decisiones propias, por su parte, es la base de una sana AUTONOMÍA que nos liberará de sumisiones y dependencias indeseables al evitarnos el que nos pongamos en manos de nadie más para decidir lo que vamos a hacer.

Además, el DECIDIR y el HACER por cuenta propia componen el alimento más poderoso de la propia AUTOESTIMA al nutrirnos con los resultados de nuestras propias acciones.

Ahora bien, es posible que la pregunta crucial ¿qué es lo que tengo que hacer? nos abra varias alternativas por lo que, de nuevo, podemos tender a quedarnos paralizados al no poder determinar con claridad cuál debería ser la opción “correcta” para la situación en la que nos encontramos.

En tales casos, un buen consejo suele ser COMENZAR POR AQUELLO QUE MENOS NOS ATRAIGA.

Es decir, actuar a contrapelo.

No se trata de un consejo caprichoso ni que pretenda ser, simplemente, original.

La primera razón para actuar “a contrapelo” es que, de ese modo, estaremos desarrollando un valioso hábito de tolerancia a la frustración que nos será muy útil en distintas situaciones de la vida porque nos supondrá un magnífico entrenamiento para fortalecer nuestro carácter y desarrollar una personalidad más firme.

Muchas veces ocurre que lo que no nos apetece hacer suelen ser tareas en las que nos sentimos torpes, que nos llevan demasiado tiempo, por lo que se nos vuelven tediosas y tratamos de evitarlas; por lo general, se trata de trabajos de orden y limpieza, de archivo y papeleo o faenas rutinarias.

El “secreto” para abordar los trabajos más fastidiosos o desagradables consiste, en un primer momento, en ignorar esa vocecilla interna que nos dice: “a mí no se me da bien… (añadir la tarea correspondiente)” e integrar de manera consciente esa faena en nuestra personal “manera de ser”: “hago la limpieza porque soy una persona cuidadosa y ordenada”; “reviso las facturas porque soy responsable y me ocupo de la economía familiar” …

Es decir, comenzamos por reconocer nuestra “incompetencia inconsciente” (nos damos cuenta de que, sistemáticamente, evitamos realizar determinadas tareas que deberíamos llevar a cabo para poder mejorar algún aspecto de nosotros mismos) y, de ese modo, entramos en una nueva fase de “incompetencia consciente” (nos damos cuenta de que no sabemos hacer bien determinada tareas) que nos llevará a un nuevo estadio de “competencia consciente” (nos esforzamos en hacer bien aquello que antes se nos daba tan mal) para, finalmente, alcanzar la “competencia inconsciente” (sin darnos cuenta, hemos automatizado la realización de tareas que antes ni tan siquiera nos planteábamos llevar a cabo).

En términos más llanos: “No lo sé hacer ni me planteo hacerlo”. “Tal vez debería plantearme hacerlo, aunque no se me da bien”. “Me está costando, pero lo voy haciendo”. “Es coser y cantar; no sólo no me importa, sino que me encanta hacerlo”.

En la actual situación de semi confinamiento, todos tenemos claro lo que debemos hacer con carácter general: autoprotegernos y proteger a los demás; mantener el distanciamiento interpersonal, cumplir escrupulosamente las normas de higiene (mascarilla, lavado de manos, ventilación de espacios) …

Pero, en el transcurso de cada jornada, ¿qué es lo que tenemos que hacer?

¿Interesarnos por el estado de los nuestros mediante llamadas telefónicas, videollamadas, mensajes, wasaps…?

¿Hacer ejercicio al aire libre para cuidar nuestra salud?

¿Iniciar un nuevo aprendizaje utilizando las posibilidades de Internet?

     

La madurez no es mera cuestión de crisis ni de tiempo. El desarrollo personal es, sobre todo, una cuestión de hábitos y los hábitos se adquieren y se automatizan por repetición de conductas.

Del modo concreto en que afrontemos esta crisis dependerá el que salgamos fortalecidos o más debilitados de ella.

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