El afán
por convertirse en ciencia, desagajándose de la filosofía, su tronco
originario, y de las demás ramas del saber –ética y lógica, principalmente- que
se nutrían de una misma savia, llevó a
la psicología a aventurarse en terrenos que imaginaba vírgenes pero que, en
realidad, hacía ya mucho tiempo que habían sido reivindicados por otras
ciencias de mayor tradición empírica: la fisiología, la biología y, sobre todo,
la medicina.
Habiendo
renunciado al estudio del “alma” y estando el del cuerpo bien servido por las
ciencias de la salud, a la psicología no le quedó más remedio que reclamar para
sí el estudio de constructos teóricos –conducta, personalidad, autoestima…- que
la propia psicología ideaba.
La última
“victoria” de la psicología ha sido el parto de la “Affluenza”. No sé si tal
diagnóstico vendrá ya recogido en el DSM-5. Nada me sorprendería de un sistema
diagnóstico que tanto incluye la homosexualidad como trastorno (DSM 3) como la
excluye en su siguiente edición por razones de corrección política.
Un
tribunal americano acaba de admitir como bueno el diagnóstico de “víctima de la
affluenza” para un joven que, bajo los efectos del alcohol, causó la muerte de
cuatro personas, dejó parapléjica a otra y no sé qué otros daños colaterales
pudo haber causado.
“Affluenza”:
Dícese del trastorno experimentado por los hijos de clases pudientes que se
crían sin normas ni restricciones de tal manera que, de mayorcitos, son
incapaces de interiorizar los más elementales mecanismos de autocontrol.
Un
curioso diagnóstico este de la “affluenza” ya que mientras que la gripe puede
atacar por igual a desheredados y pudientes, si bien es verdad que estos
últimos tienen menos probabilidades de contagiarse porque cuentan con mejores
accesos a vacunas y medidas preventivas, la affluenza, por lo que se ve, según
algún psicólogo, es un mal privativo de las clases más desahogadas. Al que roba
por necesidad, lo tildan de “delincuente”; a quien no se controla por rico y
malcriado le endilgan el diagnóstico de “affluenza”. Al final, la sociedad del
bienestar tendrá que acabar indemnizando a estas pobres víctimas de sus entornos sociofamiliares.
No es de
extrañar que, en los años 60 –los dorados años del inconformismo
individualista- algunas revueltas anti test empezaran a cuestionar seriamente muchos
de los planteamientos básicos de la psicología. Supongo que debían de ser los últimos
coletazos de una ética humeante en los rescoldos de una cierta idea de psicología integral.
Tal vez
sea el momento de replantearse algunas cosas en psicología: de tener en cuenta
consideraciones éticas o de ahondar en temas de valores y de responsabilidad. Tal vez sea el momento de ayudar a la gente a elaborar narrativas personales de protagonismo vital. Tal vez sea el momento
de abordar temas que son difícilmente cuantificables pero intensamente vitales. Tal vez sea el momento de intentar reavivar el rescoldo de la psicología integral, la que trata del
ser humano y no de los diagnósticos.
Tampoco
estaría de más esforzarse en ser más rigurosos en cuestiones de lógica para que
no nos ocurra como a aquel psicólogo, estudioso del comportamiento, que tras
conseguir que su pulga experimental diera un salto cada vez que él se lo
ordenaba, le arrancó las patas traseras, le ordenó ejecutar un nuevo salto y, como la
pulga permaneció inmóvil durante los ensayos siguientes, el experimentador
anotó en su cuaderno de notas: “Cuando se le arrancan las patas a una pulga, ésta se
vuelve sorda”
Interesante esto de la "Affluenza", chicos/as ricos perdidos en su familia, en su vida, y cometiendo fechorías, algunas con graves consecuencias. Falta de control, de normas, de límites, falta de una educación básica, padres generosos en el aspecto económico y quizá no tanto en el aspecto emocional.
ResponderEliminarFelicitaciones por el post y por el Blog en general. Un saludo.