Me lo cruzo
todos los días. Portafolios en la mano, chaqueta abierta, gesto impaciente,
paso rápido –más bien, incipiente carrerilla- y mirada fija en su aún no
asequible destino, como si intentara parar el tiempo para poder llegar a su
destino sin sobrepasar los límites del margen de cortesía de la puntualidad.
Es la misma
escena día tras día: la danza de la lucha del hombre apresurado contra el
tiempo. Pero el cuerpo de baile de la coreografía matutina lo formamos muchos
figurantes que, sin advertirlo, ejecutamos nuestra propia danza cada jornada:
el mismo camión de reparto en la esquina, los mismos personajes más o menos
apresurados, más o menos risueños o somnolientos que nos cruzamos casi siempre
en los mismos puntos del trayecto, como en una danza bien ensayada.
Es el
resultado de vivir según las pautas que creamos. No sólo nos calzamos siempre
determinado calcetín primero –si alteramos el orden, algo nos rechinará por
dentro- sino que, además, generamos un estilo propio (algunos lo llaman
personalidad) con el que acabamos identificándonos aunque no sea más que el
revestimiento externo del yo más profundo que somos sin saberlo (dejaremos la
cuestión del “yo como contexto” para mejor ocasión).
Esa es la
palabra mágica: Pautas.
Es como
disponerse a cruzar un prado de hierba verde que nunca ha sido pisada. Al
caminar, vamos aplastando las briznas, dejando un rastro de nuestro paso. Si,
al día siguiente, volvemos a pasar por el mismo sitio, el rastro de hierba
aplastada se asienta un poco más y si, días tras día, seguimos cruzando por el
mismo lugar, llega un momento en que la hierba desaparece bajo nuestros pasos y
empezamos a consolidar un pequeño camino de tierra al que, en adelante, nos
dirigiremos para transitar por ese terreno.
En términos
fisiológicos, algo parecido ocurre con nuestras neuronas: un acto aislado,
establece una sinapsis momentánea entre las células nerviosas; si la acción se
repite, la sinapsis se fortalece y el acto se hace más probable hasta que,
finalmente, sinapsis y acción se consolidan. Se ha establecido una pauta
habitual de acción.
Así
adquirimos la mayor parte de nuestras destrezas básicas: aprendemos a escribir,
a encestar canastas de baloncesto, a desenvolvernos en situaciones sociales y a
llegar puntuales –o con retraso, como el personaje del inicio de esta historia-
a nuestras citas. En efecto, las pautas nos facilitan las cosas cuando nos
permiten ser puntuales, nos ayudan a mantener nuestra salud o nos permiten
adoptar actitudes realistas.
Pero como
para atravesar el prado sólo contamos con ese único sendero, lo recorremos una
y otra vez hasta transformarlo en una amplia autopista que, inevitablemente,
nos conduce a donde no queríamos haber llegado.
Es la rigidez psicológica que tan bien
representa el viejo esquema de la psicología de conducta: SàR. Ante un determinado estímulo, se
activa una determinada pauta de nuestro bien establecido repertorio conductual:
la vista del ascensor, desencadena el ataque fóbico y, consecuente, la huida o
la evitación de la situación fóbica; la perspectiva del día por delante,
desencadena el bajón depresivo que lleva a la inactividad, a la renuncia a
vivir; la más leve sensación de incomodidad o frustración, nos lleva a encender
el cigarrillo…
Afortunadamente,
los humanos no somos meramente ratoncillos de laboratorio ni meros irracionales
sometidos a rígidas programaciones genéticas o instintivas. Somos,
esencialmente, seres morales.
Decía Viktor
Frankl que entre el estímulo y la respuesta existe un espacio de infinitas
posibilidades de elección y que, por ello, los humanos siempre, bajo cualquier
circunstancia, tenemos la capacidad de elegir (en última instancia, siempre nos
queda la facultad de elegir la actitud que adoptamos ante lo inevitable).
Por su parte, Gandhi puso de manifiesto perfectamente la
compleja anatomía de las pautas vitales constituidas por un entramado de
pensamientos, sentimientos y tendencias de acción. Sus palabras se han
convertido en un referente de la literatura del crecimiento personal: Cuida tus pensamientos porque ellos son el origen de tus palabras; cuida tus palabras porque ellas son la base de tus
acciones; cuida tus acciones pues ellas son el origen de tus hábitos; cuida
tus hábitos porque de ellos depende tu destino.
Por eso
mismo, llegados al borde del prado, siempre podemos decidir entre volver a
tomar el viejo camino -cuyo destino bien conocemos- o tomarnos el trabajo de
pisar la hierba crecida para iniciar una senda nueva. Frente al ascensor,
podemos tomar la decisión de introducirnos en él, con nuestra angustia a
cuestas, para fortalecer una sinapsis nueva de afrontamiento; frente a nuestra
frustración, podemos elegir tirar el paquete de cigarrillos, a sabiendas de que
nuestro malestar se incrementará, para iniciar una senda de autodominio nueva;
ante la sombría perspectiva de todo el día por delante, podemos adoptar la
resolución de ponernos en marcha, arrastrando nuestro lastre depresivo, porque
decidimos que, pese a nuestro flojo estado de ánimo, queremos hacer lo que habíamos
programado hacer.
En eso
consiste la FLEXIBILIDAD PSICOLÓGICA:
en responder no como nos lo requieren las circunstancias sino como nosotros
decidimos hacerlo en tales circunstancias y a pesar de la posible incomodidad
que eso nos suponga por la única razón de que tenemos un MOTIVO PERSONAL para
hacerlo.
Y, para ello, es necesario que tengamos muy claros nuestros VALORES. Pero ese será el tema de una
nueva entrada en este blog.
Biblioterapia
Viktor Frankl. El
hombre en busca de sentido
Mantra para meditar
Quien
tiene un POR QUÉ siempre encuentra un CÓMO (Viktor Frankl)
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