¿Quién eres? ¿Quién soy? ¿Quiénes somos?
Sí. Todos tenemos nuestra identificación legal, estamos censados en alguna parte, Hacienda controla nuestras cuentas y "la nube" parece saber otras muchas cosas de nosotros; de nuestras correrías, nuestras peripecias y nuestras andanzas.
¡Pues parece que estamos perfectamente identificados!
Pero bueno, todos esos datos (nombre, domicilio, profesión, ingresos, filias, fobias, aficiones, planes, deseos, recuerdos, etc.) no son "nosotros". Ni siquiera el Dr. Frankenstein ensamblando todo ese entramado de detalles y vivencias conseguiría articular el "YO" que, esencialmente, somos.
Porque todas esas cosas -y muchas más- sólo son nuestra tarjeta de visita, la fachada con la que nos presentamos a los demás (¡y hasta a nosotros mismos!). Pero no son la "esencia" de nuestro "YO".
Pues, a lo mejor, eso es porque, en realidad no hay tal cosa como una "esencia del YO".
O, tal vez, lo que ocurre es que, aún ahora, después de un par y medio de milenios, seguimos sin saber cómo identificarla.
Porque, de hecho, de este tema ya se habían ocupado los filósofos de la antigua Grecia de los tiempos de Sócrates, Heráclito, Parménides, Platón...
Y, también, los pensadores contemporáneos como Sartre, el existencialista, o el racionalista crítico Karl R. Popper.
Yo me puse a pensar sobre el tema esta mañana, mientras me arreglaba frente al espejo.
Primero, me sorprendió ver la imagen de mí mismo y pensé: "Pues este soy YO".
Pero, luego, me lo pensé mejor y me di cuenta de que esa imagen no podía ser YO, porque era una imagen simétrica a mí; es decir, cuando yo levantaba mi mano derecha, la imagen levantaba su izquierda, y también tenía la raya del pelo del otro lado; así que, aunque se me parecía mucho, evidentemente, no era YO.Pero -me dio por pensar- si mi YO verdadero no se puede limitar a cuestiones de mera apariencia, ¿cuál puede ser la esencia de ese YO?
Si me despojara de la ropa, el espejo seguiría reflejando la apariencia de mi YO, que aparte de simétrica, seguiría sin reflejar mi verdadera esencia.
Tenía que haber algo más. Algo más profundo.
Se me ocurrió olvidarme del espejo y pensar en mí mismo: ¿Y si en lugar de prendas de vestir me desprendo de algo más "mío"? Por ejemplo, ¿qué pasaría si me amputaran un miembro?
Seguiría siendo YO, evidentemente, un poco mermado, pero con la misma esencia de mi auténtico YO.
¿Y si perdiera todos mis miembros, menos los órganos vitales, naturalmente?
Seguiría siendo YO; ciertamente desguazado, pero, esencialmente, el mismo que si estuviera entero.
Entonces, ¿dónde radica la esencia del YO?
¡En la mente, claro! Los pensamientos, las vivencias, los recuerdos, los proyectos...
¡La "mente" es la esencia!
Y ya estaba yo todo contento con mi descubrimiento, pensando en escribir un artículo sobre el tema para publicarlo, cuando lo vi a él, mirándome con aire burlón.
No al YO del espejo. Ese lo único que hacía era reflejar la simetría de mis gestos y cabriolas por la satisfacción del "descubrimiento".
A quien vi fue a Descartes, sentado en un estante de la librería, con un grueso tomo de filosofía en la mano y, al parecer, muy atento a las muecas y aspavientos con los que yo subrayaba el transcurso de mi proceso de razonar.
Primero, di un respingo de sorpresa ante la inesperada aparición; luego, me tranquilicé al constatar su aspecto inofensivo y, por último, me preocupé por el gesto de desaprobación con el que parecía estar acogiendo todo mi discurso interno.
Como si me leyera el pensamiento y no le gustaran demasiado las ideas que con tanto entusiasmo estaba yo allí cociendo.
Me señaló algo en el libro mientras me decía en un tono condescendiente:
- Lee aquí, anda. Y déjate de conjeturas.
- "Pienso, luego existo" -leí en voz alta- ¡Pero eso es lo que tú decías!
- En el siglo XVII -me contestó con paciencia-. Por lo visto, no habéis aprendido mucho desde entonces. Por lo menos, tú.
Me quedé mirándolo embobado (creo que con la boca abierta). Y, en vista de mi silencio, él prosiguió explicándome.
- Eso quiere decir que el pensar no es lo primero
- ¿Qué? -exclamé sorprendido-. Pero eso es lo que hacemos los humanos.
- Sí; pero no es lo primero. Uno puede pensar lo que quiera: cosas lógicas y disparatadas, hasta puede imaginar que su pensamiento es una voz interna, una voz sincera o engañosa; o puede pensar que está soñando. Pero lo que uno piensa no es lo que define a uno; no es la ESENCIA de uno.
Creo que abrí la boca aún más porque el sabio abrió mas sus ojos y continuó explicándose:
- Lo esencial es EXISTIR, como muy bien te explicarían los existencialistas si los leyeras. Antes de pensar, tenemos que SER, tenemos que existir. Si no existimos, no pensamos. Una vez que existimos, podemos pensar lo que nos venga en gana. ¿Lo entiendes?
Tras considerarlo un momento, negué con la cabeza. Me sentía más confundido que al principio.
- Mira -prosiguió Descartes armándose de paciencia-; es como si lleváramos con nosotros una mochila en la que vamos guardando pensamientos, recuerdos, proyectos, sentimientos, creencias, etc.. La mochila no es nosotros. Sólo nos sirve para facilitarnos o complicarnos el camino de la vida; según lo que vayamos metiendo en ella.
- ¡Ah! -exclamé- eso quiere decir...
- Que no estamos obligados a ser siempre el mismo YO.
- ¿Cómo es eso? -pregunté-.
- En realidad, somos lo que HACEMOS, no lo que pensamos que somos. Uno puede "pensar" que es un cobarde, pero si empieza a actuar con valor, está actuando como otro YO distinto, aunque sigue siendo la misma PERSONA (no el mismo "cobarde") de siempre
- Y el "triunfador", no es triunfador porque nació así -dije yo- sino que si deja de esforzarse...
- ...lo más probable es que empiece a actuar como un YO fracasado. Pero tampoco sería una condena, sino sólo un estado pasajero.
Descartes debió de hacer algún movimiento brusco porque, de pronto toda la librería se vino abajo con gran estrépito.
Bueno, en realidad, era el despertador que me estaba urgiendo a empezar la mañana.
Cuando entré en el baño para asearme, vi mi imagen en el espejo. Simétrica, como siempre, reflejando fielmente mis gestos. Pero yo bien sabía que eso no era YO.
Luego, mientras me afeitaba, empecé a pensar en las dificultades e inconvenientes a los que me iba a enfrentar a lo largo de la jornada. Pero recordé la mochila y pensé para mí mismo:
- Tengo preocupaciones, tengo temores; pero YO no soy mis temores, no soy mis preocupaciones.
Entonces, se me ocurrió imaginar qué modelo de nuevo YO me gustaría elegir para la jornada.
Podía escoger entre infinitas posibilidades. Y, sí; resultaba un poco desconcertante, pero estaba encantado de iniciar la exploración.
Al fin y al cabo, era lo único importante que tenía que hacer en el camino de la vida: desandar desvíos e iniciar rutas más directas hacia el término de la obra.
Y mi obra -el sentido de mi vida- sería la manera de dar realidad a mi verdadero YO.
Así que terminé de arreglarme, me lo pensé un momento... y di el primer paso.
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Amiga lectora, amigo lector, te deseo un feliz Año Nuevo y un venturoso PRIMER PASO
Me gusta mucho la idea de estrenar un nuevo YO cada día. Aunque ya sé que no es nuevo del todo, pero quizás me permita ver las cosas de otra manera.
ResponderEliminarA ver qué hace ese YO con el temible 2025 ¡Ah, y con la mochila!
¡Que vuestros respectivos YOES os den felicidad en este año que llega!
Te deseo que configures un YO realista, fuerte y sabio y que juntos (él y tú) llenéis la mochila de autenticidad, creatividad y empatía. Estoy seguro de que puedes hacerlo. De hecho, ya veo que estás en ello. Un abrazo
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