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Microrrelatos del Vivir Constructivo: HUMILDAD INTELECTUAL



Según el cuento, el descubridor del asteroide en el que vivía El Principito no fue tomado en serio debido a su indumentaria “a la turca” con la que anunció su sensacional descubrimiento. 

Años más tarde, vestido a la europea, volvió a mostrar su hallazgo y, entonces, sí logró la atención de la comunidad de sabios.

Todos tenemos creencias, de todo tipo, que nos inculcan desde niños. No se basan en hechos concretos sino en la respetabilidad que atribuimos a quien nos las presenta por primera vez.

Por así decirlo, nuestras creencias suelen ser bastante gratuitas.

Pero, a menudo, nuestras convicciones más firmes chocan frontalmente con las de otras personas que, indudablemente, han recibido mensajes diferentes: ¿Cómo se puede ser simpatizante de otro equipo de fútbol? ¿En qué cabeza cabe votar a otro partido político que no sea el de nuestras simpatías?

La diferencia de opinión es motivo de disputas y controversias, de rencores y enemistades. ¿Cómo enfrentarnos, entonces, a la discrepancia de opinión?

Con el arma más poderosa y más ligera de nuestro repertorio mental: la humildad intelectual.

Partimos de la base de que no somos, en absoluto, poseedores de la verdad y que los otros también deben tener sus razones para mantener otros argumentos distintos a los nuestros.

Hacemos el esfuerzo de ESCUCHAR sus razonamientos, reconociendo las razones objetivas que presentan e identificando las que son meras leyendas.

Comparamos sus argumentos con los nuestros y tomamos una de estas tres decisiones:

1, Nos reafirmamos en nuestra opinión a la vista de los pobres argumentos del otro.

2. Modificamos parcialmente nuestras opiniones adoptando algunos de los puntos de vista sensatos de nuestro interlocutor.

3. Reconocemos la total sensatez y objetividad de los argumentos de la otra persona y, en consecuencia cambiamos por completo nuestras creencias.

Sea cual sea nuestra decisión, nos habremos enriquecido intelectualmente por el hecho de renunciar a nuestra arrogancia intelectual para ESCUCHAR con atención los argumentos del otro, en lugar de RECHAZAR ciegamente todo lo que suponga una objeción a nuestras propias opiniones.

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