¿Has visto alguna vez una de esas exhibiciones en las que se
colocan muchas piezas de dominó a lo largo del suelo y, luego, derribando la
primera, todas las demás van cayendo, una tras otra, trazando algún cuadro muy
vistoso?
A mí, esas demostraciones me sugieren varias cosas. La
primera, es que, detrás de todo efecto espectacular hay siempre un trabajo de
preparación que no se ve pero que lleva mucho más tiempo que el que dura el
espectáculo visible.
Pero a lo que todo el mundo se refiere al hablar del “efecto
dominó” es al hecho de que, para lograr el resultado final, se necesita que
cada pieza empuje a la siguiente y, así, una tras otra, hasta que todas cumplen
su cometido.
Es un trabajo conjunto e individual: Un trabajo conjunto
porque ninguna pieza tiene el protagonismo; todas tienen que cumplir su función
según el patrón establecido. Y, al mismo tiempo, es un trabajo individual
porque ninguna pieza puede fallar para que se produzca el efecto final. Si una sola pieza
dejara de cumplir su papel, toda la preparación habría sido inútil.
¿Y no somos nosotros como piezas de dominó?
Desde nuestra posición, puede que no veamos el conjunto de la
tarea que tenemos que llevar a cabo conjuntamente (necesitaríamos ampliar
nuestro zoom) pero siempre podemos captar el impulso que nos transmiten los
demás: ayuda, información, amabilidad, guía, consejo, compañía…
Sí; es cierto que de otros muchos no parece que recibamos
nada positivo: Pero, tal vez, sea porque nosotros mismos les estamos
transmitiendo el impulso equivocado, el que no contribuye al objetivo común.
¿Qué nos devolverán, con el tiempo, nuestros “enemigos” si
nosotros empezamos a transmitirles comprensión, empatía, ayuda, atención...
“buenas vibraciones”?
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