Ir al contenido principal

Microrrelatos del Vivir Constructivo: EL EFECTO DOMINÓ


¿Has visto alguna vez una de esas exhibiciones en las que se colocan muchas piezas de dominó a lo largo del suelo y, luego, derribando la primera, todas las demás van cayendo, una tras otra, trazando algún cuadro muy vistoso?

A mí, esas demostraciones me sugieren varias cosas. La primera, es que, detrás de todo efecto espectacular hay siempre un trabajo de preparación que no se ve pero que lleva mucho más tiempo que el que dura el espectáculo visible.

Pero a lo que todo el mundo se refiere al hablar del “efecto dominó” es al hecho de que, para lograr el resultado final, se necesita que cada pieza empuje a la siguiente y, así, una tras otra, hasta que todas cumplen su cometido.

Es un trabajo conjunto e individual: Un trabajo conjunto porque ninguna pieza tiene el protagonismo; todas tienen que cumplir su función según el patrón establecido. Y, al mismo tiempo, es un trabajo individual porque ninguna pieza puede fallar para que se produzca el efecto final. Si una sola pieza dejara de cumplir su papel, toda la preparación habría sido inútil.

¿Y no somos nosotros como piezas de dominó?

Desde nuestra posición, puede que no veamos el conjunto de la tarea que tenemos que llevar a cabo conjuntamente (necesitaríamos ampliar nuestro zoom) pero siempre podemos captar el impulso que nos transmiten los demás: ayuda, información, amabilidad, guía, consejo, compañía…

Sí; es cierto que de otros muchos no parece que recibamos nada positivo: Pero, tal vez, sea porque nosotros mismos les estamos transmitiendo el impulso equivocado, el que no contribuye al objetivo común.

¿Qué nos devolverán, con el tiempo, nuestros “enemigos” si nosotros empezamos a transmitirles comprensión, empatía, ayuda, atención... “buenas vibraciones”?

Comentarios

Entradas populares de este blog

🌕 La luna, el dedo y el espejismo de la felicidad

  Hay una antigua sentencia que ha viajado a través del tiempo y las culturas, y que sigue muy presente —y muy poco atendida— en la marea de publicaciones sobre “la búsqueda de la felicidad”. El sabio señala la luna, pero el necio se queda mirando el dedo. Una frase sencilla, de apariencia casi inocente, pero que encierra una advertencia tan oportuna como necesaria en nuestra época: no confundir el medio con el fin, lo accesorio con lo esencial, el camino con el destino . 📚 La galaxia del bienestar… ¿o del entretenimiento? En el vasto universo del desarrollo personal —libros, cursos, gurús, métodos, talleres— esta advertencia cobra especial relevancia. Nunca como ahora se ha hablado tanto de felicidad , autorrealización , paz interior o autenticidad . Y sin embargo, pocas veces hemos estado tan perdidos , tan dispersos o tan sedientos de algo que no logramos encontrar . Estamos rodeados de técnicas: Ejercicios de respiración Meditaciones guiadas Afirmaciones positi...

EL MILAGRO

  Clara se asomó a la ventana para sentir el aire fresco de primera hora de la mañana. En el extremo del alféizar vio el triste geranio reseco, mustio, contraído, tan necesitado de riego como ella lo estaba de seguridad y control sobre su cuerpo. Que el brote seguía activo lo evidenciaban su debilidad persistente, la visión que se le nublaba y el extraño entumecimiento que le recorría cuerpo y rostro. Por la acera opuesta vio avanzar, con su paso decidido, a la mujer invidente con la que se cruzaba a menudo, una mujer de gesto seguro, siempre bien arreglada, con ese porte que dan los años y la experiencia. ¿Cómo podría arreglárselas una persona con esa discapacidad para llevar el tipo de vida activa que ella parecía desarrollar? Desvió la mirada. Sentía dolor en los ojos si mantenía la vista fija en un punto concreto. Otro de los síntomas del brote. Al principio habían sido sólo pequeñas molestias, fallos funcionales sin importancia, una palabra que no le venía, un ligero mareo...

ME DIO LAS GRACIAS...

Un pie en la acera y el otro, ya adelantado, en la calzada. El semáforo seguía rojo, pero ella se debatía entre la prudencia y la prisa. Los coches venían de ambos lados y no era fácil sincronizar el hueco entre los vehículos para alcanzar, sin sobresaltos, la otra acera. Si se trata de niños o personas mayores, por sistema mi norma es aguardar la luz verde para cruzar, aunque no circulen coches. Creo que, de ese modo, por una parte doy ejemplo y, por otra, respeto la libertad de elección de la otra persona para obrar como mejor lo considere. En este caso, la mujer, ya de cierta edad, murmuraba algo en voz baja: se debatía entre arriesgarse o esperar. Me miró como si me pidiera consejo. Y mientras yo pensaba la respuesta, el hombrecillo verde del semáforo nos sacó de dudas a los dos. Cruzábamos a la par y la mujer, en voz muy queda y mirando al suelo, como si la cosa no fuera conmigo, murmuraba una dirección, sin atreverse a formularla como una pregunta directa. Sin dejar de caminar, l...