La caza del mamut había sido todo un
éxito. El animal, atrapado en el foso, fue rápidamente abatido con lanzas y
flechas y, esta vez, no había habido ninguna víctima del clan. Pero Hugh
estaba, sobre todo, satisfecho por el éxito de su estrategia para el transporte
de la pieza cobrada. Esta vez, en lugar de cortar algunas partes del mamut
abatido, se lo habían llevado entero a la caverna y, de ese modo, se evitaban
perder la mayor parte de la caza que, abandonada en el lugar de la matanza por
la dificultad del transporte, era presa fácil de los tigres de dientes de sable
y de las manadas de lobos.
Sí, Hugh había ideado la forma de
llevarse la pieza entera sin dejar ni un resto para sus competidores
irracionales y, cuando los cazadores llegaron a la cuerva arrastrando al enorme
mamut sobre rodillos, todo el clan irrumpió en gritos de alegría y felicitaciones
para el inteligente cazador que sonreía para sus adentros mientras recordaba como había ido elaborando todo en su mente.
Al principio, Hugh se había limitado
a pintar en las paredes de la cueva las escenas de caza que, cada día,
protagonizaba junto a sus compañeros de partida. Hasta que, una noche, se le
ocurrió la idea de variar la realidad de la escena para transformarla en un interrogativo
“y si…”: “Y si colocamos troncos bien pulidos debajo del cuerpo del animal…?” “¿Y
si vamos tirando del mamut con sogas mientras pasamos los troncos que quedan
sueltos detrás a la parte delantera del animal…?
Los miembros del clan se habían burlado de las nuevas escenas que Hugh diseñaba sobre las rocas. Pero, a
partir de aquel día, empezaron a considerarlo como una especie de gran
hechicero al que los dioses, en sueños, le comunicaban nuevas ideas, que Hugh
se apresuraba a plasmar en las paredes de la cueva, para mejorar la precaria
vida del clan.
Las lunas se fueron sucediendo y
Hugh, fiel a los suyos, les iba explicando la técnica del “y si…” que él
utilizaba para experimentar por adelantado sus nuevas ideas. El clan de los “ysis”
era el más próspero del valle de las cavernas.
Hasta que, un día, una vez fundidos
los hielos del invierno, Hugh convocó a los jóvenes a una nueva cacería. Se
quedó perplejo cuando vio que ninguno se apresuraba a tomar su lanza o su honda
para seguirlo: Cada cual en su rincón, todos estaban haciendo dibujos por las
paredes. Al principio, Hugh se sintió satisfecho pensando que aquel año iban a
tener muchas ideas nuevas para mejorar su vida…
Hasta que se acercó a ver las
pinturas de los jóvenes cazadores: Unos se divertían con dibujos sin ningún
sentido, otros se esmeraban en pintar chicas desnudas, algunos se limitaban a
estampar una y otra vez su mano en una especie de competición para ver quién
conseguía estampar más manos.
Aquella noche, tras hacer muchos “y
si…” en su cabeza, Hugh se levantó sin hacer ruido y cubrió de grasa las
paredes de la caverna. No quería que los jóvenes siguieran perdiendo el tiempo
en fantasías pictóricas que nada aportaban al clan.
Así consiguió reavivar el espíritu
cazador de los suyos. Y los “ysis” recuperaron su lugar de preferencia entre
los cazadores del valle.
HOMO VIRTUALIS
Es evidente que la virtualidad es
nuestra gran conquista evolutiva. Desde que el primer homo sapiens diseñó en su
imaginación la primera rueda, los sapiens sapiens iniciamos un despliegue
inacabado que nos ha ido llevando, cada vez más, a conquistar la naturaleza
distanciándonos de ella.
Como especie, los humanos somos los
únicos seres con capacidad de salirnos de nuestro presente –el ámbito de la “realidad”- para hurgar en nuestro pasado y aventurar nuestro porvenir -los dos grandes
sectores del ámbito de lo “virtual”-. Y aunque esto tiene grandes ventajas de
aprendizaje y planificación, el efecto secundario más palpable de este salto a
la virtualidad es que estamos cada vez menos “presentes” y cada vez más “alienados”.
La irrupción de internet y las nuevas
tecnologías en nuestras vidas ha supuesto –según creo- un salto cualitativo en
la esencia de la humanidad. Hemos pasado de ser “homo sapiens sapiens” a ser “homo
sapiens virtualis”. No hay más que mirar a nuestro alrededor: la adicción a
internet es ya tan generalizada que casi hemos olvidado su existencia. El cibersexo
les resulta a muchos más gratificante que el sexo “natural” y el número de
delitos cibernéticos pronto superará a los delitos “palpables” . Nos comunicamos
continuamente por msm y whatsapp y, luego, no tenemos nada que decir cuando
estamos frente a frente con la persona “real”…
Los “yisi” somos un gran clan, sin
duda. La virtualidad es un arma tan poderosa como lo fue la honda (la primera
forma de matar “a distancia”) respecto al hacha de sílex. Pero si yo fuera un oráculo
apocalíptico profetizaría que, así como en la cumbre de su tecnología los
antiguos cayeron en la confusión de lenguas mientras levantaban la Torre de
Babel, esta generación terminará en la confusión de la virtualidad -tomando lo
fantasioso por lo real- con lo que acabará por perder su vida “de verdad”.
Espero que, esta noche, Hugh recubra
de grasa las paredes de la caverna…
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