Mi trabajo no es vocacional. Lo realizo porque necesito un medio de subsistencia.
Así enunciada, la idea que se
transmite apunta a que todo trabajo rutinario es una especie de lastre, una
carga diaria que es preciso soportar para lograr sobrevivir.
A menudo suponemos que los trabajos
“vocacionales” están reservados a una minoría de privilegiados, artistas,
científicos, investigadores, creadores en cualquier ámbito…, que a través de su
actividad laboral pueden expresar algo de sí mismos: su creatividad, sus dotes
personales, su ingenio; de modo que, más que una actividad laboral, están desarrollando
aquello para lo que “fueron hechos” por lo que, al final, están nutriendo su
propia genialidad con el fruto de su actividad vocacional.
Estos afortunados profesionales
consideran su actividad laboral como una
especie de “misión” por lo que no dudan en sacrificar lo que podría ser parte
de su tiempo libre para llevar a cabo actividades relacionadas con su tarea
profesional: se mantienen al tanto de nuevas propuestas o innovaciones en los
ámbitos de su interés; imaginan vías de desarrollo para nuevos proyectos;
comparan sus realizaciones con las de otros expertos en ámbitos afines y, por
supuesto, no se plantean la posibilidad de jubilarse ya que, para ellos, el
cese de su actividad laboral supone el cese de su vida.
En una palabra, su vida es su trabajo
y su trabajo es su vida. Están entregados a su obra y esa misma obra es la que
-aparentemente- los enriquece como personas; aunque, en su punto más extremo,
tal actitud puede que no esté exenta de efectos secundarios:
El caso más evidente, por ejemplo, son aquellas personas pertenecientes al grupo “vocacional” que por alguna de las múltiples circunstancias de la vida -accidente, enfermedad, deterioro físico, etc.- se ven obligadas a dejar su trabajo con lo que se desmoronan anímicamente y pierden el interés por todo lo que las rodea.
Pero la mayoría de la “gente
corriente” carecemos de dotes o capacidades que nos permitan entregarnos a
tareas tan elevadas como esos privilegiados creativos vocacionales. En efecto,
llevamos a cabo nuestra rutina laboral no como una misión sino, meramente, como
un medio para conseguir unos ingresos que nos permitan una vida lo más
desahogada posible y, a menudo, situamos los ámbitos de satisfacción vital en
los tiempos de ocio que nos permitan una desconexión total del trabajo.
Suspiramos por unas vacaciones y procuramos rebajar todo lo posible la edad de
jubilación.
Excesiva dedicación al trabajo frente
a ansias por liberarse de la carga de trabajar. Ninguna de las dos posturas me
parece vitalmente satisfactoria ni mentalmente saludable.
La razón es que, por exceso o por
defecto, en ambos casos el “trabajo” ocupa el lugar vital que debería
corresponder a la “persona” que, con un estilo u otro, ha de hacerse cargo de
dicho trabajo. Es como si el protagonismo de la historia recayera sobre la
tarea que en un caso absorbe y, en el otro, amenaza al sujeto que lo lleva a
cabo.
Así pues, la actitud mental más
aconsejable hacia el trabajo -vocacional o “mercenario”- consiste en
subordinarlo al proyecto vital general de cada persona que debe estar fundamentado en todo un entramado de valores -personales, familiares, sociales, de
desarrollo personal, etc.- que se complementan mutuamente. De esta manera, el entorno
laboral no es más que uno de los escenarios cotidianos en los que protagonizamos
nuestra historia personal, desarrollando el guion de nuestra peculiar manera de ser y que nos sirve de campo de
pruebas para perfeccionar nuestro estilo vital; para perfeccionarnos a
nosotros mismos.
Entonces, tenemos que asumir que, sea
cual sea nuestra tarea profesional y nuestro particular estilo de abordarla, podemos
darnos cuenta de que cada una de las acciones que llevamos a cabo, tanto si es
un proyecto creativo como una tarea rutinaria, es una oportunidad de interactuar
con los demás con respeto, de contribuir al mantenimiento de los recursos y
del entorno, de utilizar las herramientas y elementos del trabajo
adecuadamente y con atención y, sobre todo, de devolver nuestra deuda a la
sociedad.
De esta manera, la tarea cederá el protagonismo a su artífice y, en consecuencia, lo mercenario y lo vocacional pasarán a ser, sencillamente, una manifestación de la actitud personal ante la vida.
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