
Pero le había prometido que tendrían unos días tranquilos de vacaciones "auténticas" y, de hecho, se estaba esforzando en cumplir su palabra: Él Se había ocupado de buscar -a través de internet- un buen hotel así como un paquete interesante de visitas y excursiones por toda la región. De hecho, ella estaba fascinada con el encanto de aquella especie de "mil y una noches" en que se habían sumergido y en sus ojos brillaba continuamente una luz nueva de ilusión y entusiasmo que hacía tiempo que había dado por apagada.
Aquel día habían viajado hasta la kasbah más antigua del país. Ella se había comprado un turbante que le prestaba un encantador aire oriental y había posado como una verdadera modelo con el paisaje de fondo de las montañas.

La kasbah de Ait Ben Haddou había sido el broche de oro, última excursión. Luego, descanso en el hotel y avión de vuelta a la "realidad": al teléfono móvil y a la conexión permanente, a los mensajes y los whattsapps. Ya podía empezar a respirar tranquilo.
La tormenta parecía lejana. Él se alegró de que no fuera a pillarlos bajando aquella angosta carretera de montaña. Los negros nubarrones parecían iluminarse desde dentro con sordos relámpagos continuos. El trueno era inaudible; por eso, la tormenta debía estar lejana.
Le llamó la atención la cantidad de personas que, pese a la amenaza de tormenta, estaban fuera de las casas, contemplando el río. No tendrían nada mejor que hacer, pensó para sí con displicencia.
El conductor del autobús, previsoramente, dio marcha atrás para alcanzar un nivel más alto en la carretera mientras el río iba ganando terreno, pendiente arriba. Finalmente, la riada pareció estabilizarse.
Bajó del autobús y se unió a las otras personas que, como él, contemplaban la escena con asombro. Si el autobús hubiera pasado por aquel lugar sólo un minuto antes, el agua los habría arrastrado sin remedio... Pero, gracias a Dios, no les había pasado nada.
Alhamdulillah! Exclamó alguien a su lado traduciendo con gestos los pensamientos entre dramáticos y agradecidos que él estaba experimentando. Miró en dirección a la voz y se encontró con la mirada limpia y la sonrisa agradecida de un árabe que debía estar sintiendo lo mismo que él.
Al...hamduli...llah. Atinó a repetir él torpemente.
Un rato después, tras haber amainado el aluvión, pudieron continuar viaje.
Ahora no tenía urgencia de consultar su móvil. Contemplaba el paisaje, las casas a medio construir, y se imaginaba una legión de migrantes en distintos países de Europa, trabajando con ahínco para darle una planta más a su casa de adobe... que cualquier día podía llevarse la riada.
Pero, entre tanto, estaban vivos. ¡Alhamdulillah!
Sintió la mano de ella entre las suyas. Sí. Estaban vivos. Y tenían su tiempo por delante. Sin decir una palabra, dejó caer el móvil en la papelera del autobús. La miró a los ojos y le propuso planear el próximo viaje.
Aunque el verdadero viaje era el que estaban haciendo los dos, juntos por la vida.
Alhamdulillah.
bonito viaje lleno de experiencias ...
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