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"AMIGO" (cuento de Navidad sin nieve, adornos ni zarandajas)

Se los encontraba a menudo los días de mercado. Cómo no, entorpeciendo la circulación por la acera con su mesa de venta ambulante, cargada de chucherías, atravesada en medio del paso. 

No es que él fuera racista, ni mucho menos. Simplemente, le molestaba que la gente no cumpliera con las más elementales normas de civismo y convivencia. Y el estorbo de la mesa aquella de la pareja de piel oscura, cruzada en la acera los días de mercado, desde luego, era el paradigma de la inoportunidad y el incordio. Además, seguro que ni tan siquiera tenían permiso para instalar aquel puesto de venta.

Y, precisamente, ese día, cercana ya la Nochebuena, el mercado estaba especialmente concurrido.

Y, precisamente, ese día, en el momento en el que él caminaba por la acera fintando bolsas de la compra y puntas de paraguas, salvando charcos y evitando pisotones, la mesa de venta ambulante estaba ahí, cruzada en medio del camino, interrumpiendo el paso como una barrera aduanera, como un peaje de resignación y paciencia que él no estaba demasiado dispuesto a pagar.

La mujer estaba sola. Había desplegado las patas de la mesa pero no tenía fuerza suficiente para levantarla del suelo y colocarle las chucherías habituales así que la estructura estaba tendida a lo largo, con las patas extendidas, a lo ancho, ocupando un buen tramo de acera.

El tráfico humano permanecía colapsado. De frente, una silla de ruedas permanecía a la espera mientras unas señoras con bolsas, conversando, no parecían tener demasiada prisa en desaguar. Por detrás, podía percibir un barullo de gentes más interesadas en observar el desenlace de la lucha de la mujer con la mesa que en avanzar hacia el interior del mercado.

Un atasco intolerable.

Miró ceñudo a la mujer que luchaba por levantar la mesa, como expresándole su más enérgico reproche por el enorme atasco que estaba provocando con aquel montón de chatarra que constituía su puesto de trabajo. 

Y, en ese momento, ella levantó los ojos y se encontró con su mirada.

- Amigo -se dirigió a él con la familiaridad y el acento característico de quien sólo chapurrea algo de un idioma que no es el propio pero que se ve obligado a utilizar- ¿Me echas una mano?

¿"Amigo"? Por supuesto, no era más que la fórmula impersonal que utiliza la gente sencilla para llamar la atención de un desconocido pero el término le entró hasta lo más hondo, como una contraprogramación a todos sus prejuicios mientras que su diccionario interno iba volcando en su mente racional todo un turbión de significados positivos asociados a la palabra:

"Amigo": porque confío en ti y me pongo en tus manos.
"Amigo": porque espero que tu me ayudes como yo te ayudaría.
"Amigo": porque te aprecio en la medida en que percibo que tú me aprecias...

Automáticamente, agarró el extremo de la mesa y ayudó a la mujer a enderezarla. Fue sólo un ligero movimiento pero, a través de la sensación de peso del tablero, pudo percibir la firme sujeción de las oscuras manos de la vendedora en el otro extremo. Como un apretón de manos, distante pero firme y cálido.

- "Gracias..." -le dijo ella con una sonrisa de alivio, una vez colocada la mesa sobre sus patas.  Y añadió la palabra mágica- "...amigo".

Eliminado el tapón, el flujo humano comenzó a discurrir por la acera. Él se la quedó mirando sólo un instante. Hubiera querido responderle como un verdadero "amigo": "¿Está bien tu pareja?", "¿qué tal van tus niños en la escuela?", "ojalá que hoy hagas muchas ventas"...

Sólo le respondió: "No hay por qué darlas"

Pero la sonrisa sincera con la que se lo dijo, daba a entender que, entre amigos, no es necesario agradecer los pequeños favores...

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