En una tira de Mafalda, de hace ya bastantes años, se veía a Felipe, el personaje más introvertido del grupo, cabizbajo, encogido, derrotado, explicándole a su amiga que esa era su postura de estar deprimido.
A continuación, en la siguiente viñeta, el niño se mostraba en una actitud bien firme y animosa, sacando pecho y con la cabeza erguida, mientras le razonaba a su asombrada amiga: "Porque en esta otra postura es muy difícil sentirse deprimido".
Todo un descubrimiento respecto al efecto que pueden tener las circunstancias -tanto las posturas que adoptamos como los ambientes en los que nos insertamos- sobre nuestros comportamientos y estados de ánimo.
Y el primer consejo que, por lo general, se propone a quien busca eliminar un comportamiento indeseable (sedentarismo, fumar, abusar de los alimentos procesados, etc.) consiste, precisamente, en variar los escenarios de su vida cotidiana (salir a pasear con más frecuencia, limitarse a encender el cigarrillo en algún espacio restringido y poco atractivo -como un patio trasero-, llenar el frigorífico de verduras y proteínas de calidad...)
Variando un poco las palabras del precoz filósofo amigo de Mafalda podríamos considerar que, para cada una de nuestras rutinas cotidianas adoptamos una postura típica; nos ponemos un "UNIFORME" que nos lleva a comportarnos de la manera que ese atuendo requiere. Y, así, tenemos el uniforme del quejica y el del emprendedor; el de discutir y el de conformarnos; el de pasota y el de comprometido... un atavío para cada circunstancia; un distintivo para recordarnos a nosotros mismos el papel que nos autoasignamos en cada situación de la vida.
Naturalmente, los uniformes son coyunturales, momentáneos: Nos ponemos el uniforme de "trabajador" al salir de casa cada mañana y lo cambiamos por el que decidamos que nos corresponde al regresar a casa (el de padre o madre felices o malhumorados; el de deportista o el de consumidor de series de TV...). Así, tenemos uniforme para cada una de las situaciones de nuestra vida: de conductor tranquilo o agresivo, de cliente impaciente o comprensivo, de consumidor moderado o compulsivo...
Pero, a veces, a base de revestirnos, una y otra vez, con el mismo uniforme circunstancial, terminamos convirtiéndolo en un "HÁBITO" permanente; algo que como las vestiduras de las personas dedicadas a la religión "imprime carácter". Y, según el hábito que se adopte, el resultado puede ser para bien o para mal.
Ya se sabe que "el hábito no hace al monje", pero le recuerda continuamente su papel, le facilita la dedicación a su tarea y le confiere un estilo de vida acorde con ese signo externo de su compromiso vital. A diferencia del "uniforme", uno no se cambia nunca de hábito; es una indumentaria que, en cierto sentido, define lo que uno ES en cada acción que realiza: "SOY... un perezoso que siempre lo deja todo para última hora"; "...una persona organizada que tiene todas sus cosas en orden y a punto"; "... una persona obsesionada con...", "... una persona realista que valora lo positivo y lo negativo de cada situación", "...alguien angustiado con el temor de...", etc.
Por eso, a la hora de plantearse algún tipo de mejora, de desarrollo personal, es conveniente, ante todo, darse cuenta del HÁBITO general con el cual nos definimos para ver si necesitamos hacerle algún ajuste de recorte o añadido; tal vez un simple lavado o una reforma total -lo cual no va a ser una tarea sencilla-.
Lo más práctico, una vez definida la reforma que queremos hacer de nuestro "hábito" general, consiste en probarse uniformes coyunturales que se ajusten al arreglo que queremos aplicarle a nuestro hábito, pero considerando siempre que la compostura que nos proponemos aplicar tiene que referirse a nuestro SER ("hábito") y no, meramente a nuestro APARENTAR ("uniforme temporal")
Por ejemplo, si nos proponemos erradicar un hábito nocivo (fumar, beber, consumir azúcar en exceso), tendremos que enfundarnos una y otra vez en un nuevo uniforme, muy diferente del hábito que solemos llevar encima, de manera que nos ayude a desprendernos de esa indeseable "manera de ser" con la que no estamos conformes. Podríamos utilizar uniformes de tipo deportivo (sí: zapatillas y chándal) que nos animen a renunciar progresivamente a las viejas conductas indeseables de autointoxicación para ir desarrollando otros comportamientos más sanos de oxigenación; o podríamos probar el uniforme de "chef" que se esmera e comprar alimentos saludables y elabora platos apetitosos y sanos con ingredientes equilibrados.
De este modo, no estamos simplemente trabajando en un cambio de conducta; estamos organizando un verdadero cambio de SER: pasamos del viejo "soy un caso perdido, dominado por mis adicciones" a un nuevo: "SOY una persona que cuida su salud, da ejemplo a los suyos y trabaja en su mejora personal".
Estamos desarrollando una nueva definición de nosotros mismos; un nuevo HÁBITO más saludable.
En otras palabras, a la hora de proponernos un proyecto o un cambio, grande o pequeño, en nuestras costumbres, en nuestro estilo de vida, en nuestras relaciones, podemos ayudarnos, como el amiguito de Mafalda, echando mano de las posturas o los "uniformes" más convenientes para el caso, pero teniendo siempre presente que lo que estamos retocando, en realidad, es un cambio de nuestra propia ESENCIA.
Comentarios
Publicar un comentario