Nunca midas la altura
de una montaña hasta haber alcanzado su cima. Entonces, comprobarás lo pequeña
que era.
El trabajo, la casa, atender a los niños, hacer la compra,
preparar la comida… De pronto, todo se nos vuelve una montaña a la que tenemos
que subir cada día.
De vez en cuando, el reto parece más difícil: Un enfermedad,
un disgusto, una contrariedad importante.
Y la montaña nos parece enorme desde abajo.
Lo que tenemos que hacer, entonces, es iniciar la subida, paso a paso, centrándonos solamente en HACER LO QUE ES NECESARIO HACER EN CADA MOMENTO.
Una tarea tras otra, un paso tras otro.
A veces, el desánimo nos sale al paso: pensamientos
derrotistas (Es inútil. No tiene sentido. No voy a conseguirlo).
Consultamos nuestra hoja de ruta: ¿Qué es lo que necesitaría hacer ahora? ¿Qué paso tendría que dar? ¿En qué dirección?
Un paso, solo uno.
Hacemos el esfuerzo de adelantar un pie primero, luego el otro, y, de pronto, el camino nos parece
menos penoso.
Miramos hacia arriba y la cima está más cerca.
¿Qué necesito hacer ahora? ¿Y ahora? ¿Y ahora?
Un paso. Sólo un paso cada vez.
Y la cima va estando más cerca. Y nosotros nos vamos
sintiendo más fuertes.
La montaña sólo parece inalcanzable cuando permanecemos inmóviles, sin dar un solo paso.
A medida que caminamos, comprendemos que el camino no es nuestra carga sino nuestro privilegio.
Comentarios
Publicar un comentario