Si nos dispusiéramos a escribir nuestra propia biografía -cosa que, personalmente, ni se me ha pasado por la cabeza- el supuesto de partida, sin duda, sería que cada uno de nosotros somos el protagonista de nuestra pequeña o gran historia; el centro de nuestro "drama vital".
Sin embargo, muchas veces, nos sentimos zarandeados por las circunstancias, por otras personas de las que, inevitablemente, dependemos, por imprevistos, contratiempos y sorpresas que, en el mejor de los casos, nos "obligan" a cambiar nuestros planes, a rehacer nuestros proyectos y, en la peor de las alternativas, nos paralizan, nos deprimen o nos hunden en la miseria.
Así, llegamos a preguntamos por nuestra capacidad de control real en la determinación del rumbo de nuestra vida: ¿somos, realmente, protagonistas o meras comparsas de los acontecimientos que tienen lugar sin que nosotros contemos para nada?
Y la respuesta, como en el caso del vaso mediado de agua, depende de nuestra propia percepción: medio lleno o medio vacío; a veces, protagonistas, a veces, meros figurantes sin mayor relevancia.
Pero el hecho de dar una respuesta -la que sea- a esa pregunta ya indica que sí tenemos una capacidad da control: En cada situación, tenemos la prerrogativa de decidir nuestro papel; de asumirlo y de cambiarlo.
Es como navegar a vela: no podemos elegir la dirección en la que sopla el viento pero podemos orientar las velas, manejar el timón y, así, aproximarnos a nuestro destino fijado.
...O podemos aplazar el viaje hasta que soplen vientos más favorables.
...O podemos cancelar el viaje para dedicarnos a otra actividad.
En todo caso, siempre podemos ser PROTAGONISTAS contando con nuestras circunstancias.
Pero el protagonista de cualquier drama no es, necesariamente, el "héroe a tiempo completo" de cada una de las secuencias vitales que le corresponda vivir. El alpinista que alcanza la cumbre más alta no está trepando noche y día hasta coronar la cima; también tiene que dedicar tiempo a montar la tienda, prepararse un café, cepillarse los dientes, recoger el catre, cavar la letrina...
Quiero decir que, a mi modo de ver, la manera más adecuada de plantearnos nuestra misión vital consiste en considerarla como el gran escenario en el que -y en función del cual- vamos a desarrollar multitud de pequeñas acciones cotidianas, rutinarias a veces, que nos definen como la persona -el protagonista- que está llevando a cabo su misión vital, precisamente, a través del desarrollo de todas y cada una de las acciones de su vida diaria.
¿Fregar los cacharros? ¿Sacar la basura? ¿Limpiar el baño? ¿Entretener a los niños? ¿Telefonear al presumido de mi colega para felicitarlo por su logro más reciente?... ¿No son tareas demasiado triviales para integrarlas en nuestros "sublimes" objetivos vitales?
De acuerdo con los principios del VIVIR CONSTRUCTIVO, pienso que no hay nada más sublime que hacer en cada momento lo que es necesario hacer en función del papel vital con el que nos comprometemos cada día.
También pienso que el mayor obstáculo para protagonizar plenamente nuestra historia vital es la RITUALIZACIÓN MÁGICA de ciertas prácticas que se supone que nos llenarán de "energías" y que nos "sanarán" de nuestras miserias.
Como si el recurso a esas prácticas tuviera el poder de contribuir a variar la dirección del viento que nos dificulta la navegación o a facilitarnos nuestra escalada vital.
Cuando lo cierto es que tales rituales sólo nos restan protagonismo y nos vuelven más dependientes.
En el desempeño de nuestra misión vital ningún acto es trivial. Cualquier cosa que hagamos contribuye a cambiar nuestro carácter y nuestro futuro (para bien o para mal). Es decir, cada pequeña cosa que llevemos a cabo está reforzando nuestra actitud de protagonista o de comparsa.
Por eso, no debemos buscar excusas "sublimes" para echarnos atrás ante la gran tarea de "limpiar el inodoro"
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