¿Te has parado a contemplar algo nuevo hoy, o ha sido otro día rutinario?
¿Has visto amanecer esta mañana, o
estabas demasiado ocupado planificando tu jornada?
¿Has escuchado a los tuyos antes de
que cada cual partiera hacia sus propias ocupaciones, o estabas tan metido en ti
mismo que nada, fuera de ti, te importaba?
¿Has identificado rostros conocidos
detrás de las mascarillas mientras te dirigías a tus quehaceres habituales, o usabas
tu propia mascarilla como parapeto frente a los demás?
Efectivamente, vivimos en una época
incierta. No disponíamos de claves para hacer frente a la pandemia que nos ha
tocado vivir. Estamos rodeados de confusión y desconcierto; nos faltan
directrices claras para hacer lo correcto y tenemos la sensación de haber
perdido el control de lo que pasa.
Pero no está ocurriendo nada
“extraordinario”: A veces, el caos, el dolor, la enfermedad y la muerte dan un
aldabonazo de cruda realidad en nuestra vida. En esos momentos -y no en los
momentos “gloriosos”- descubrimos quién somos realmente y reconocemos lo que
nos falta para llegar a ser aquello en lo que queremos convertirnos.
“Nunca es demasiado tarde para llegar
a ser lo que queríamos haber sido”. La cita de George Elliot puede ser una
rendija de luz en medio de las tinieblas de la confusión.
Y no; no estoy proponiendo que debamos
transformarnos en héroes épicos. Ni siquiera se me ocurre sugerir que tengamos
que librarnos de nuestros miedos y angustias. Sólo quiero subrayar la
importancia de ser “normal” en tiempos especialmente difíciles.
Ser “normal” consiste en entender con
realismo nuestras limitaciones y nuestro potencial; en reconocer nuestros temores y, pese a ellos, trabajar día a día en la consecución de nuestras metas. No buscar lo imposible;
hacer lo que podamos. Aceptar la discrepancia; reconocer que no somos oráculos
de la verdad. No hacer el juego a la gente poderosa ni complacerse en las
multitudes o buscar seguidores; evitar otorgarles a unos y a otros el control de nuestro vivir. No practicar o estudiar demasiadas cosas al
mismo tiempo; aceptar los propios límites para optimizar nuestro potencial. Caminar al aire libre para recordarnos que nuestro lugar está en
la naturaleza…
Y, sobre todo, tener claros nuestros propósitos en cada momento: ¿Cuál es mi propósito al escribir estas notas, al permanecer de pie en lugar de sentarme, al ponerme esta ropa en concreto, al hacer esta compra, al asomarme a este libro, al conectarme a las redes sociales? ¿Cómo estoy queriendo aparecer ante los demás? ¿El papel que estoy buscando representar sigue fielmente mi propio guion vital o, más bien, se ajusta a las expectativas que yo creo que los otros tienen sobre mí?
También podríamos aprender a reconocer
los límites de la “autoestima” que vienen marcados por las dádivas infinitas
que, a diario, recibimos de los demás, de la naturaleza, de las energías y que nos convierten en auténticos menesterosos … Pero
este será el tema de una próxima reflexión.
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