Había sido el descenso
más triste que recordaban los integrantes de la cordada. Allá quedaba la cima, intacta y burlona mientras ellos regresaban con la carga de la derrota como como único resultado de aquellos días de lucha.
De regreso en el
campamento base, el silencio llenaba toda la tienda. Cada cual reponía fuerzas antes
del descenso definitivo. El jefe de la expedición estaba especialmente
reconcentrado mientras preparaba un té para reconfortar a los expedicionarios y sólo cuando sonó
el pitido de la tetera, salió de su ensimismamiento con una expresión luminosa
en su cara:
- ¡Eso es! –exclamó- He tardado casi cuarenta
y cinco años, pero por fin lo entiendo.
Todos lo miraron con extrañeza. El jefe observó sonriente las miradas estupefactas de sus compañeros y se
apresuró a explicarse:
- Tendría yo diez años cuando llegó un
maestro nuevo a la escuela del pueblo; un tipo joven, con ganas de cambiar el
mundo. Nos propuso formar un equipo de baloncesto. Y empezamos a entrenar con
denuedo en los recreos, a la salida de clase, las tardes de los domingos... El
maestro tenía más ilusión que técnica pero sabía transmitirnos el entusiasmo
por el juego. Y, un buen día, nos anunció que pronto viajaríamos a la ciudad,
para competir contra los equipos de otras escuelas...
Redoblamos los
entrenamientos, multiplicamos nuestras ilusiones. Sería estupendo conseguir
algún trofeo.
El jefe bebió un sorbo
mientras revivía los paisajes de su infancia.
- No solamente no ganamos ni un solo partido
sino que apenas conseguimos encestar alguna canasta. Cuando, de regreso, le
manifestamos nuestro pesar por el fracaso, el maestro nos contestó: “Pero,
¿no habéis viajado a la capital?, ¿no habéis visto el mar?, ¿no habéis conocido
nuevos amigos?, ¿no habéis recibido el ánimo de la gente? Entonces, ¿dónde está el fracaso?”
Han transcurrido cuarenta y cinco años
–continuó el jefe- y, hasta este momento, no había comprendido que aquellos argumentos no
eran de falso consuelo sino un razonamiento totalmente sincero.
Se hizo un silencio
largo hasta que alguien del grupo tomó la palabra para trasladar aquella
reflexión a su propia situación presente:
-
Es verdad; nosotros no hemos alcanzado la
cima pero hemos pasado días memorables en esta expedición, hemos dado lo mejor de nosotros mismos, nos hemos
esforzado al máximo... esta cordada sólo sería un fracaso si regresáramos a nuestra vida diaria como si nada hubiera pasado, como si fuéramos exactamente los mismos de
antes de iniciar el ascenso.
-
Estoy de acuerdo – apuntó otro compañero-.
No hemos coronado el K2 pero sí que hemos alcanzado otra cima: hemos
desarrollado nuestra capacidad de lucha y estamos aprendiendo la lección de la
aceptación. Además, el próximo año podemos volver a organizar la cordada.
-
Claro que sí –exclamó otro, entusiasmado-. Y ojalá
fracasemos de nuevo...
No se recuerda una
expedición fallida con mayor entusiasmo que aquella. Los serpas aún
hablan, hoy en día, de la historia de la conquista de "la otra cima”, más difícil todavía que la cumbre del K2.
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