Sintió una punzada de
nostalgia -¿o de envidia?- cuando entró en la sala. De los dos, él siempre
había sido el más dotado para el dibujo sin embargo, aquí estaba ahora, al cabo
del tiempo, contemplando los cuadros de la exposición de su viejo amigo que,
según los indicios, iba a constituir todo un éxito: El tema de los cuadros era
impactante y la técnica, novedosa y depurada.
Aquella podría haber sido
su propia exposición, su propio éxito pero uno nunca es dueño del destino y,
por lo visto, debía de estar escrito que su camino no iba a ser el de la
pintura.
Primero, había renunciado
a estudiar Bellas Artes porque tenía que pensar en una carrera que
ofreciera la seguridad de un trabajo estable; además estaba la familia: en una
saga de funcionarios, no cabía plantearse caminos artísticos porque
había que evitarles el disgusto de romper con la tradición.
Aún así, quedaba la
posibilidad de cultivar el gusto por la pintura como afición. Pero él había
renunciado también a eso; en primer lugar, porque había tenido que
preparar unas oposiciones muy duras y, más tarde, porque el cansancio
acumulado a lo largo de la jornada invitaba más a la indolencia frente al
televisor que a la tensión de la creación artística.
Cada vez que en su mente
apuntaba la posibilidad de empuñar los pinceles, la razón de un porque...
se interponía a toda consideración posible: ... no era el momento, ...no estaba
suficientemente inspirado, ...no tenía todos los materiales a mano, ...no
disponía de un lugar apropiado, ...no merecía la pena...
Los viejos camaradas se reencontraron en un
estrecho abrazo. Saludos, parabienes, admiración, evocaciones del pasado,
resúmenes de las propias singladuras vitales... Pero ¿cómo habría podido llegar
a ser el protagonista de aquella exposición el que no tenía dotes especiales para el arte?
A lo largo de la charla el
pintor le fue explicando cómo, aunque no se le daba especialmente bien
el dibujo, había llevado adelante su empeño con firmeza dedicando mucho tiempo
al control del trazo, al estudio de la perspectiva, de las luces y sombras y a
la práctica constante de dibujos y manchas.
No había sido nada fácil, desde luego y aunque había tenido que buscarse un trabajo convencional para sobrevivir, jamás había dejado de practicar sobre el papel o el lienzo; aunque tuviera que robarse horas de sueño o renunciar a las vacaciones. Él entendía la pintura como una tarea vital y eso le había dado fuerza, aunque, a menudo se hubiera visto obligado a prolongar la jornada.
No había sido nada fácil, desde luego y aunque había tenido que buscarse un trabajo convencional para sobrevivir, jamás había dejado de practicar sobre el papel o el lienzo; aunque tuviera que robarse horas de sueño o renunciar a las vacaciones. Él entendía la pintura como una tarea vital y eso le había dado fuerza, aunque, a menudo se hubiera visto obligado a prolongar la jornada.
Estaba también la familia;
no habían resultado de mucha ayuda pero él había perseverado en su objetivo
artístico aunque todos se empeñaban en hacerle ver los riesgos e
inconvenientes de un oficio tan incierto.
También había aprendido a
tragarse el desánimo, aprender de los errores e intentarlo de nuevo hasta
llegar a aquella primera muestra en solitario.
Por supuesto, el pintor
tenía muy claro que aún quedaba mucho trabajo por hacer, que aún tendría que
pasar por nuevas decepciones y angustias pero aunque fuera preciso
mantener aquella lucha sin tregua , él estaba deseando seguir adelante en el
empeño de determinar su propio destino.
PORQUE y AUNQUE
Nuestros esquemas mentales se basan, la mayoría de
las veces en juegos de palabras. A menudo, cualquier cosa que siga a un
“porque” se toma como una explicación válida y no se cuestiona aunque, en
realidad, no explique nada:
...porque no tengo ganas, ...porque me duele la
cabeza, ...porque me da vergüenza, ...porque me siento triste, ...porque me da
miedo etc. son razones mucho más endebles que las del estilo: ...porque tengo
las piernas fracturadas o ...porque no tengo los conocimientos necesarios. Así,
lo que consideramos como razones válidas, en realidad no son más que excusas.
Otro enfoque bien diferente consiste en sustituir
el “porque” por “aunque”; mediante este cambio, enunciamos nuestra determinación a actuar y nos aseguramos de que el contrapeso que pone en marcha
nuestra actuación tiene más valor que el malestar que hace de freno: ...aunque
me duele la cabeza, ...aunque me da vergüenza, ...aunque me siento triste.
De manera que, en nuestros diálogos internos, los "porque" actúan como freno, mientras que los "aunque" nos animan a superar barreras al comprometernos con aquello que realmente valoramos.
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