El cuadro es de Edward Hopper. Una maravilla, como todas las obras del artista americano. Y yo lo he venido utilizando como ilustración para explicar una idea, una "ley vital" más bien, bien sencilla pero, con frecuencia, ignorada: la técnica del avestruz no da resultado.
Veamos a qué me refiero:
Independientemente de la idea del autor, este cuadro siempre me ha inspirado la historia de la muchacha perdida en algún pueblo olvidado, sin ilusiones, sin incentivos, sin futuro. Condenada a una vida pequeña y rutinaria... ¿Qué joven puede resignarse a renunciar a sus sueños cuando aún tiene toda una vida por delante?
Un día, alguien le habló de la gran ciudad y de sus oportunidades: trabajo, dinero, amigos, gente interesante, cines, teatros, progreso, emociones... ¿Qué joven puede resistirse a la fuerza de su propia imaginación cuando esta le pinta un futuro colorido, abierto a nuevas sensaciones, luminoso, lleno de sensaciones y de posibilidades?
Pero quien bien la quería -hay amores que matan- le hizo muy serias advertencias: "Mira que en la gran ciudad te pueden ocurrir cosas muy malas". "Mira que te pueden mentir". "Mira que te pueden hacer mucho daño". "Mira que tu historia se puede convertir en la de la joven desengañada que, al final, regresa a su pequeño pueblo, lastimada, arrepentida y derrotada..."
Y así estuvo la joven, debatiéndose entre su ansia y su miedo durante algún tiempo. Al final, la ilusión tuvo más fuerza que los reparos y, una tranquila mañana de primavera, cargada con el lastre de sus miedos y animada con el empuje de sus ilusiones, allá se fue a la desierta estación de su pequeño pueblo, decidida, pese a las advertencias en contra, a subirse al tren de los sueños que la llevaría a la gran ciudad.
Y aquí está ahora, recién llegada a un pequeño hotel. La maleta sin deshacer, el sombrero sobre el mueble. Ha querido ponerse cómoda antes de emprender cualquier camino. Se ha quitado los zapatos, se ha despojado de la ropa que la oprimía pero, mientras tanto, la ponzoña de las ideas negativas ha ido ganando terreno a las ideas luminosas: "¿Y si me he equivocado?", "¿y si me lastima la gente?" "¿y si me engañan o se aprovechan de mí?"...
Y aquí está, sentada en la cama, indecisa, confusa. La vida fluye bulliciosa fuera, en la calle. La luz entra a raudales por el amplio ventanal. Pero ella está de espaldas a la vida, sumida en el laberinto de sus ideas negativas. No se atreve a arreglarse para salir a probar la vida nueva, a conquistar la gran ciudad. Ahora, la angustia ha tomado el mando de su vida y la joven intenta refugiarse en su "habitación de hotel".
Y ese es su gran error. Su gran error doble: Por un lado, el esconderse en la habitación no la va a librar de la angustia ya que la angustia no está en la calle sino en su propia mente y, así, en cualquier lugar en que se esconda, la angustia estará con ella. Pero, además, al encerrarse en la habitación, ella misma se está privando de las pequeñas alegrías cotidianas: respirar el aire puro, distraerse viendo un escaparate, estirar las piernas, hacer amigos, encontrar un trabajo...
Cierto. También podrían cumplirse sus temores. Pero intentando librarse de esa angustia, está multiplicando por dos su ansiedad.
Afortunadamente, la joven del cuadro ha sido sorprendida por el pintor en un "momento de elección". La joven no se ha rendido. No ha tirado la toalla. Está mirando un papel con mucha atención. Es una lista de posibles cosas que puede hacer: llamar a una vieja amiga, explorar los alrededores, acercarse al centro, hacer algunas compras...
Cualquier elección que la joven haga, la rescatará de su laberinto de angustia. Cualquier acción que emprenda, aliviará sus temores.
Cualquier acción, por pequeña que sea: el mero hecho de considerar las posibilidades que tiene anotadas en el papel que sostiene, el simple acto de bajar a la calle, a ver pasar la vida por delante de su puerta, la sencilla opción de respirar unas bocanadas de un aire distinto del aire cargado de su habitación.
Es lo que los japoneses llaman "Kaizen", el minimalismo de la acción: una acción pequeña, muy simple, que puede dar lugar a un gran cambio.
La historia de la joven tiene un final feliz. Edward Hopper nos lo cuenta en otro cuadro. El que representa el comienzo de la nueva vida social de la joven.
Aquí está, con su antigua amiga del pequeño pueblo, tomando un té en "Chop Suey", abierta a la vida, disfrutando de las pequeñas cosas, sufriendo cuando toca sufrir... por fin, fuera de la habitación, viviendo...
Es el fabuloso poder de las pequeñas acciones sostenidas, mantener el Kaizen presente en nuestras mentes puede llevarnos a realizar cambios copernicanos fundamentados en cambios mínimos en la dirección adecuada. Gracias por el post que recuerda que cualquier acción nos rescata para la vida.
ResponderEliminarMe alegra mucho descubrirle en Internet. Leí hace años El chamán urbano, que me encantó, y busqué su página en Internet sin localizarla. Hoy la he descubierto y me siento muy afín a ella. Gracias por compartir. Un beso
Muchas gracias por tus comentarios. Piedra a piedra, entre todos, vamos construyendo el vivir. Encantado de haberte " encontrado"
ResponderEliminarEncantoume Ramiro, é moi inspirador!
ResponderEliminarMoitaa grazas, I. A min inspíranme comentarios coma o teu.
EliminarDe nada! esperando o seguinte conto xa, que puntualmente mos renvía meu pai sempre. Unha aperta.
Eliminar