Cuando llegaron al claro en la selva, la visión del templo cubierto de raíces gigantescas se levantó ante ellos como una fuerza ciclópea reposando por siglos sobre las piedras del templo.
El joven Ohrim contuvo el aliento ante el espectáculo. Luego, se acercó hasta la construcción abrazada por las raíces para examinar más detenidamente el conjunto. El viejo maestro se limitaba a contemplar las idas y venidas de su asombrado discípulo.
- Es impresionante, maestro -acertó a articular Ohrim una vez repuesto de su asombro-. Las raíces parecen querer pulverizar los muros pero las paredes están sosteniendo todo el peso del gigante vegetal.
- ¿Quién dirías que sostiene a quien? -preguntó el maestro- ¿Son las piedras las que soportan el árbol o es, más bien, este el que mantiene las piedras unidas?
El joven Ohrim dio algunas vueltas más en torno al monumento observándolo todo con atención antes de responder.
- No sabría decir, maestro. el árbol está asentado sobre los muros por lo que se podría decir que es el templo el que sostiene al árbol pero las raíces de este parece que están sujetando las piedras para evitar que la construcción se venga abajo. Creo que cada uno sirve de apoyo al otro.
El maestro asintió con la cabeza, sonrió .y simplemente dijo:
- Esto son "apoyos"
Luego, emprendieron la marcha de nuevo.
Un poco más adelante, entraron en la zona que los numerosos visitantes de las ruinas utilizaban para reponer fuerzas, tomar sus comidas, refrescarse y descansar un poco antes de seguir explorando otros templos de la zona.
Allí, el joven Ohrim, se mostró desolado a la vista de las papeleras llenas de desperdicios y de los papeles esparcidos por el suelo.
- ¡Qué pena de desorden en un lugar tan hermoso! -y, sin dudarlo, se puso a recoger papeles del suelo.
El viejo maestro levantó con dos dedos un arrugado pañuelo de papel y preguntó:
- ¿Cuál ha sido la función de esto?
- Limpiar la mucosidad de algún muchacho -respondió Ohrim apresurándose a sacarle aquella basura de sus manos-. Déjame que lo lleve a una papelera.
El maestro sonrió satisfecho y, simplemente, dijo:
- Esto son "desechos".
Al cabo de un rato llegaron a la carretera que bordeaba la jungla y avanzaron un trecho por el asfalto. En la cuneta yacía un animal atropellado. El joven Ohrim se apresuró a retirarlo de la calzada. El viejo maestro guardó un momento de silencio en honor de la forma de vida extinta y, esta vez, simplemente murmuró:
- Esto es un despojo.
Continuaron camino adelante, de regreso a su punto de partida al que llegaron al caer la tarde. Mientras contemplaban la majestuosa puesta de sol, el maestro preguntó al joven Ohrim.
- Dime, hijo, ¿qué has aprendido a lo largo del día? ¿Qué relación hay entre "apoyos", "desechos" y "despojos"?
El joven Ohrim permaneció en silencio, confuso, sin saber que contestar. Al cabo de un rato, el viejo maestro explicó.
- Así es como nosotros, los humanos, solemos tratar a los demás humanos: algunos nos sirven de soporte cuando tenemos dificultades o necesitamos consejo. Nos apoyamos en ellos y, luego, cuando ya hemos resuelto nuestro problema, nos desentendemos de ellos y de sus preocupaciones y sólo volvemos a solicitar su apoyo cuando nos vemos en un nuevo aprieto.
A otros, los usamos como si fueran pañuelos de papel. Los utilizamos en la medida de nuestras necesidades y, luego, los abandonamos definitivamente como si jamás hubieran tenido nada que ver en nuestra vida.
Por último están nuestras víctimas. Son aquellas personas que nosotros consideramos que se interponen en el camino de nuestros objetivos. Simplemente, las atropellamos y las dejamos tiradas, como despojos... Tenemos que purificar nuestra mente antes de ser dignos de limpiar la tierra que pisamos, que nos sostiene, nos acoge y nos da vida.
El viejo maestro cerró los ojos, como para sumergirse en un profundo examen de su propia conciencia. El joven Ohrim inclinó la cabeza mientras el sol se sumergía lentamente detrás del horizonte.
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