La célebre novela de Pearl S. Buck detalla con maestría y sensibilidad el
choque cultural y de mentalidades entre las sociedades de oriente y de
occidente desde el punto de vista de la protagonista, Kwei-Lan, una joven
china, comprometida desde los seis años a casarse con un joven de familia
acomodada, que llega a cursar estudios de medicina en occidente con lo que él
mismo se occidentaliza por completo. A lo largo de la novela, Kwei-Lan le
cuenta a su hermana, en primera persona, sus angustias, inquietudes, dudas,
rechazo y, en definitiva, progresivo y doloroso proceso de adaptación al mundo
occidental.
De modo semejante, solo que en sentido opuesto, la psicología occidental
parece haber emprendido un proceso similar de adaptación para incorporar las
consideraciones, intuiciones y sabiduría de oriente a los conceptos que tan
laboriosamente pretende asentar a través de la
más estricta metodología científica.
Es como si el “viento del Este y el viento del Oeste” estuvieran, por
fin, confluyendo en una común tierra de nadie, libre de la barrera de
prejuicios, reticencias y conceptos preestablecidos que, durante décadas, ha
impedido la fusión de ambas tradiciones. Sólo que, al contrario de lo que
ocurre en la novela citada, en el caso de la psicología, parece que es a la
tradición occidental, la nuestra, a la que le corresponde llevar a cabo el
trabajo más duro para lograr la adaptación. Es nuestra tradición “científica”
la que debe liberarse de sus severas constricciones metodológica –las “vendas
en los pies” de Kwei-Lan- y hacer el esfuerzo de aproximación a las práctica de
oriente. Al final, en este proceso de integración, el enriquecimiento parece
que está siendo mutuo: nuestra psicología occidental, el “viento del oeste”, se
impregna de fragancias de holismo y espiritualidad –frente a su tradicional
fragmentarismo y materialismo- al tiempo que el “viento del este” –los
planteamientos orientales sobre salud mental- se consolidan y reafirman a través de la validación experimental,
requisito ineludible e irrenunciable del quehacer científico de occidente.
En los últimos años, nos estamos beneficiando de estas ráfagas
vivificantes del viento del este: desde la intuitiva adopción de estilos
orientales vividos en la década de los 70, que dieron origen a la “Psicología Humanista”
hasta las denominadas “Terapias de Tercera Generación” que, como brotes de
los cerezo japoneses, germinan a finales de los años noventa del pasado siglo y
principios de nuestro siglo XXI: La Terapia de Aceptación y Compromiso, La
Terapia Dialéctico Conductual, la Psicoterapia Analítico Funcional, la Terapia
de Activación Conductual y otras denominaciones más, presentan como factor
común el recurso al “mindfulness” o “atención consciente”, un concepto tomado
directamente de los planteamientos Zen de oriente el cual, una vez despojado de
su vinculación a ninguna creencia religiosa en particular, le devuelve a la
Psicología Occidental y, más en concreto, a la práctica psicoterapéutica de
occidente, una herramienta de introspección que la psicología científica había
descuidado en su énfasis en las relaciones funcionales entre estímulo y
respuesta, entre condiciones ambientales del sujeto y sintomatología o
“patología psíquica” manifestada.
Si echamos un vistazo a las publicaciones psicológicas de los últimos
años, tanto a la literatura académica como a la de divulgación o autoayuda, nos
encontraremos con que, o bien los títulos o bien los contenidos de la mayoría
de las obras, hacen referencia directa a conceptos tales como “meditación”,
“mindfulness”, “yo observador”, “técnicas derivadas de las enseñanzas Zen” y
otros muchos elementos orientales muchos de los cuales han tomado carta de
naturaleza en la nomenclatura psicológica que se utiliza ya de una manera
normalizada en todo tipo de publicaciones occidentales sobre la conducta, los
sentimientos y la mente humana.
Por otro lado, la exigencia, cada vez más firme –y conveniente- por parte
de la comunidad científica occidental de asentar las prácticas
psicoterapéuticas sobre bases firmes, validadas experimentalmente y
fundamentadas en evidencias, parecería jugar, en esta metáfora novelística del
encuentro entre las prácticas piscológicas del este y del oeste, un papel inverso al del
marido occidentalizado de Kwei-Lan, la esposa de acendrada mentalidad oriental:
Aquí, la psicología occidental, en lugar de liberar los maltratados pies de su compañera oriental del
vendaje opresor de las tradiciones
ancestrales, parece que se los ciñe con esos mismos
requerimientos de evidencias empíricas y validación científica de sus
procedimientos.
Solo que estas demandas de rigor científico por parte de la comunidad
psicológica occidental, en lugar de constituir una traba opresora o una
desfiguración malformativa que sólo busca satisfacer gustos o modas
tradicionales, en realidad, son un apoyo, una protección para lograr un caminar
más firme y seguro por los abruptos territorios del autoconocimiento y el
desarrollo humano.
Hola Ramiro. Hoy repasando unos apuntes de la Escuela Badem de Mi madre Francisca González he encontrado que tu eras el profesor que dabas las clases de PNL e Hipnosis.De alguna forma me gustaría retomar la labor que ella empezó desde otro punto de vista y me gustaría saber si podríamos volver a retomar el contacto contigo para que me cuentes un poco más la experiencia vivida con mi madre y exploremos otros asuntos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu atención. Y un fuerte saludo.
Mi correo es ecoconde@gmail.com para comunicarnos por ahí. Gracias de antemano.
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