No le sorprendió el silencio de la casa, ni la ausencia de regalos junto a sus zapatos tan cuidadosamente lustrados la noche anterior, ni la leche intacta en los tres vasos que, por si acaso, había dejado sobre la mesa para Sus Majestades de Oriente.
La verdad era que, por más obedientes que hubieran sido a lo largo del año él y sus hermanos, los Reyes Magos jamás se pasaban por su casa para dejarles el menor reconocimiento a su buena conducta. Pero él, cada año, persistía en su ritual de los zapatos limpios y los tres vasos de leche para que los anhelados visitantes recuperaran fuerzas antes de continuar con su ardua tarea de reparto.
Del cuarto contiguo le llegaron los estruendosos ronquidos de sus padres. Sus hermanos pequeños seguían aún durmiendo. Se vistió en silencio y se calzó los lustrosos zapatos. Repartió la leche en dos vasos más para que todos tuvieran algo que desayunar cuando se despertaran y, sin hacer ruido, salió a la calle, a "disfrutar" de otro día de Reyes sin regalos.
En la casa contigua, uno de los niños, junto a la puerta, abría en aquel momento un paquete envuelto en papel de regalo y cintas de colores. Se quedó un momento observando, soñando cómo sería tener un regalo propio, una sorpresa envuelta con la que maravillarse una mañana de Reyes. Era un par de patines. El vecino arrojó la caja a un lado y se calzó los patines con muestras de gran satisfacción.
- ¿Puedo llevarme la caja? Le preguntó al encantado patinador. Y con el asentimiento de su vecino, tomó caja, cinta y papeles y siguió calle adelante.
Un poco más arriba, una niña acunaba a un hermoso bebé-muñeca cantándole nanas. A su lado, en el suelo, entre papeles de colores desgarrados, las cajas del muñeco y de la cuna aguardaban su destino final en el basurero.
- ¿Me puedo llevar las cajas? Le preguntó a la niña. Ella, sin dejar de tararear su nana, lo miró con sus grandes ojos extrañados y asintió con la cabeza.
Hacia el final de la calle, varios niños y niñas jugaban a hacer carreras con sus cochecitos de juguete y a preparar comidas en sus cocinitas en miniatura. Un montón de cajas de diferentes tamaños cubría buena parte del suelo, interponiéndose en la trayectoria de los coches y estorbando a las pequeñas cocineras en sus labores.
- ¿Me puedo llevar las cajas? Y como no hubo objeciones, cargó con todo el surtido de receptáculos de cartón.
Cuando regresó de nuevo, los ronquidos y el silencio llenaban aún la casa. Con cuidado, depositó en un rincón su tesoro de cajas de cartón vacías, papel de envolver multicolor y brillantes pedazos de cinta. No sabía muy bien qué iba a hacer con todo aquello pero algo se le ocurriría tarde o temprano.
- ¡Oh, qué bonito! Era su hermana que se había levantado. Se quedó un momento contemplando todo aquel cúmulo de peladuras de sueño y prosiguió: Es un supermercado. Podemos hacer paquetes con esas cajas y colocarlas como en un escaparate, para jugar a los vendedores.
Le pareció una idea brillante y ya se disponía a ir a despertar al pequeño de la familia cuando este asomó la cabeza por el marco de la puerta.
- ¡Qué chulada! -exclamó el pequeño a la vista del montón de cartones y papeles. Y se quedó pensando un rato-. Podemos... podemos... ¡podemos utilizar las cajas para guardar en ellas todas las cosas que se nos ocurra hacer a lo largo del año!
Y, encantados, los tres hermanos se tomaron su vaso de leche y se pusieron manos a la obra: a hacer cosas que guardar en aquel montón de cajas vacías.
Los mayores seguían roncando pero los niños intuían que aquel iba a ser un año muy especial para todos. Tenían una gran tarea por delante.
Amiga lectora, amigo lector, eso mismo te deseo: No que el nuevo año te traiga nada especial; que tú hagas muchas cosas especiales a lo largo de este año nuevo que está a punto de comenzar
Bellísimo y conmovedor relato, Ramiro, deja cuestiones muy interesantes sobre las que reflexionar.
ResponderEliminarUn abrazo de parte de todo el equipo de Bonhomía Asociación.