Enfundado en su escafandra, el periodista pisó el suelo lunar y contempló la huella petrificada que servía de bienvenida a los viajeros espaciales. Inmediatamente, le vino a la cabeza la lección de historia de la escuela: "un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad..." Aquello ya casi era prehistoria. El sueño inicial de la carrera espacial de los años ochenta del siglo XX se había convertido ahora en una maldición. El entorno lunar resultaba demasiado hostil para el asentamiento de colonias estables y, en la actualidad, sólo se utilizaba como el gran penal de la Tierra, la nueva Australia, para los delincuentes más peligrosos.
Al viejo profesor, por la gravedad de su delito, bien podían haberlo sentenciado a
hibernación perpetua; no obstante, dado el prestigio del científico, el
tribunal había decidido imponerle sólo la pena de destierro lunar; de ese modo,
decían, podría rehacer su vida en algún momento y continuar adelante con sus investigaciones. Se
giró para observar el campo de cráteres a la blanquecina luz sideral y se le
ocurrió que aquel suelo estaba muerto. Sintió un escalofrío y se dirigió a la
entrada del penal, al encuentro con su entrevistado.
El científico posó su mirada pacífica en los ojos
del reportero mientras este preparaba el microchip de grabación. No, no era la
mirada de un loco demente sino la de un hombre de bien desengañado de la vida.
¿Qué motivos podía haber tenido aquel sabio de apariencia sensata para
destruir su propia obra cuando había estado a punto de servir de salvación para la
humanidad?
-Profesor, ¿sabe usted que su hipótesis de la “Geoverticalidad Reactiva” vuelve a estar de
actualidad? La Confederación Universal de Estados ha decidido volver a poner en
funcionamiento los reactores para activarlos en el plazo más breve posible.
-Hay
que impedirlo –la mirada y la voz del científico tenían un matiz de desesperanza-. Hay que impedirlo como
sea. Eso es una locura.
-Pero
profesor, la idea de la aplicación de los reactores nucleares a lo largo del
semimeridiano proviene directamente de su hipótesis de la “Geoverticalidad”.
¿Por qué se opone a su instalación?
La
“gGeoverticalidad Reactiva”. El científico sonríe con nostalgia; la teoría
había dado sentido a su vida pero ahora comprende que el mejor camino era
impedir el proyecto.
-Escúcheme
y tome buena nota de cuanto voy a decirle –murmura el profesor-. No disponemos
de mucho tiempo. Fíjese: hemos alcanzado el final del siglo XXI, con un nivel
tecnológico tan asombroso que nos permite explorar los límites del universo,
cartografiar el genoma humano y erradicar el sufrimiento. Y con todo...
El periodista intuye hacia donde apuntan las reflexiones del científico pero se abstiene aún de intervenir, a la espera del desenlace del argumento.
-No
hemos conseguido otra cosa que ahondar el abismo entre nosotros y los países
del inframundo, ¿se da cuenta?
El
inframundo, sí, un conglomerado de naciones sin desarrollar, inmersas en luchas
fratricidas, esquilmadas en sus recursos y asoladas por catástrofes
climatológicas. Para solventar el problema, el profesor había formulado su
hipótesis de la “Geoverticalidad Reactiva” pero ¿por qué su oposición a la instalación de los
reactores? El reportero decide callar aún y seguir a la escucha.
-Me
pasé años considerando la cuestión y, tras arduos estudios, por fin me di cuenta
de que existía una solución relativamente sencilla para esas regiones del
planeta.
-Cambiar
el clima de las regiones más desfavorecidas –puntualiza el periodista-. Sí,
para eso formuló usted su teoría: si se variara el régimen de lluvias de modo que los
desiertos se convirtieran en zonas de regadío, desaparecería el hambre del
planeta y, con ello, los conflictos armados también disminuirían.
-¡Buen
alumno! –bromea tristemente el profesor- ¿Y cómo sería posible tal cosa?
-Modificando
el ángulo de inclinación del eje de la Tierra. Todo el mundo conoce la
hipótesis de la Geoverticalidad: Al enderezar el planeta, la mayor insolación
de las zonas frías permitiría un mejor aprovechamiento del agua almacenada en
los hielos polares sin provocar un recalentamiento general.
-En
realidad, los engañé a todos –prosigue el científico con sonrisa de niño
travieso-. Mi idea no fue jamás modificar el clima terrestre.
-Pero,
¿entonces la hipótesis...?
-Un
pretexto para llegar al meollo de la cuestión. ¿Recueda el proyecto original
que presenté a la Confederación Universal de Estados?
-Perfectamente
–asiente el periodista-. Usted propuso que, en determinado día y a una hora
fijada, todos los habitantes no impedidos de la Confederación comenzáramos a
caminar en una misma dirección.
-Eso
es –remacha el profesor-. La justificación de mi propuesta era el “Principio de
Reacción” por el que a todo fuerza aplicada se opone otra de sentido contrario;
la fuerza reactiva a los pasos de esa procesión universal tendría el efecto de
enderezar el eje del planeta, con lo que se posibilitarían los cambios
climáticos previstos.
-Francamente,
profesor creo que la alternativa de la Confederación Universal de instalar
reactores nucleares a lo largo del meridiano es mucho más técnica y de efectos
más controlables. Por eso, jamás entendí que usted colocara los explosivos en
los reactores para volarlos.
-Más
técnica, sí –el profesor vuelve a mostrarse pensativo-. ¿Sabe? Desde el primer
momento, yo sabía que ninguna fuerza reactiva enderezaría el eje de la Tierra.
Ahora
el periodista está mudo, sorprendido.
-¿Quiere
decir que su teoría es un fraude? ¿Reconoce entonces que fue un engaño y que el
sabotaje de los reactores fue sólo un intento para que no se descubriera la
artimaña? Me decepciona usted, profesor.
-No.
Yo jamás aseguré que la solución de los problemas del inframundo radicara en
cambio atmosférico alguno. Esa fue siempre la versión oficial, no la mía.
-¿En
qué consiste, entonces la hipótesis de la “geoverticalidad reactiva”?
-Muy
sencillo –la sonrisa del desterrado tiene matices de amargura-. Si por una vez
consiguiéramos ponernos todos de acuerdo en algo, aunque fuera en una cosa tan
sencilla como echarnos a andar al mismo tiempo, en la misma dirección, le
aseguro que el efecto reactivo sería la colaboración permanente de todos los habitantes de la Tierra para solucionar
cualquier problema que se nos pudiera presentar en el futuro...
-¿Entonces
los reactores...?
-Nada
más que un simplificación por parte de las potencias mundiales; un truco para no implicarse en lo que, de verdad, importa. En realidad, una locura tecnológica que puede afectar
irremediablemente al clima del planeta. Por eso quise volarlos. De hecho, aún
pueden ser saboteados; en mi ordenador tengo la clave para desactivarlos
definitivamente. Sólo necesito conectarlo a un teléfono, pero no me permiten
hacer llamadas aquí, en el penal.
El
reportero abandona la penitenciaría. La luz sideral confería un aspecto
mortecino a la superficie lunar. El mismo aspecto que, seguramente, tendría la
tierra en unas pocas décadas más. Pasa sin problemas los controles de seguridad. Un
periodista; no lleva armas ocultas, no hay peligro. ¿Y qué peligro puede
entrañar un simple periodista con su ordenador portátil en la mano?
El
periodista se fija en la huella conmemorativa del primer paso sobre el suelo lunar: “un pequeño paso para el hombre...”.
Ahora toma su teléfono móvil. No llamará a la redacción de ningún periódico;
sólo conectará el ordenador del científico y manipulará algunas teclas. Es
posible que esta vez sea él el detenido; tal vez dentro de poco tenga que
enfrentarse él también al destierro lunar o, peor aún, a la hibernación perpetua. Mientras teclea las cifras, mira a
su alrededor. Allá, a lo lejos, el planeta Tierra luce aún, azul, vivo, lleno
de esperanza...
SE pueden dar pasos...
Pese a la gente que siempre se queja de lo injusto
que es el mundo.
Pese a los usos sociales que imponen sonreír por
delante y criticar por detrás.
Pese a la gente que “se somete” a las normas
estúpidas de su trabajo, de su grupo, de su familia porque “siempre se ha hecho
así y no vamos a cambiarlo ahora”.
Pese a los políticos que, a sabiendas, hacen
promesas imposibles.
Pese a la gente que se siente obligada a seguirles el juego a los demás.
Pese a la gente que se considera víctima
impotente.
Pese al temor a mostrarnos tal como somos...
Estoy convencido de que, en realidad, siempre
tenemos la posibilidad de elegir:
Podemos elegir hacer germinar un brote de justicia
dentro de nosotros mismos.
Podemos elegir no hacer críticas sino es a la
cara.
Podemos elegir proponer nuevas normas, nuevos
estilos a pesar del esfuerzo que nos suponga nadar contra corriente.
Podemos elegir ir más allá de ser un simple voto
ocasional y tomar parte más activa en movimientos ciudadanos.
Podemos establecer con congruencia las reglas de
nuestro propio juego.
Podemos desperezar al protagonista de nuestra vida
que dormita en nuestro cómodo conformismo.
Podemos sentir el orgullo de ser nosotros mismos,
los únicos capaces de trazar el camino de nuestra vida.
Para ello, podemos empezar por pequeñas cosas
Podemos empezar por dejar atrás nuestro supuesto
de que “los demás” son los responsables de hacernos la vida más agradable sin
preocuparnos nosotros de hacerle la vida agradable a los demás.
Podemos dejar de asumir que quien nos interrumpe
es un desconsiderado pero que nosotros siempre tenemos justificación cuando
nosotros interrumpimos a otro.
Podemos empezar a preguntar “¿cómo estás?”
interesándonos de verdad en la respuesta.
Podemos decir más a menudo “te quiero” sin asumir
que “ya se sabe que se sabe”.
...
Entonces: ¿vamos a empezar a caminar en alguna
dirección o seguiremos esperando a que “los responsables” coloquen reactores
que nos impulsen?
Comentarios
Publicar un comentario