Oso Gris, el viejo jefe guerrero, había salido de cacería con su joven nieto, Pájaro del Amanecer. El anciano jefe presentía que aquella iba a ser una de las últimas oportunidades en la que poder instruir al joven aprendiz de guerrero en la sabiduría profunda pero tan difícilmente transmisible que él había ido acumulando a lo largo de las incontables lunas, de las numerosas cacerías y de las muchas batallas.
Cabalgaban en silencio. No sólo para no ahuyentar a las posibles presas sino también porque, al contrario que los nítidos pensamientos que revoloteaban en la mente del sabio jefe, las palabras no acudían con la misma fluidez a la lengua de Oso Gris. Por eso, en la tribu, tenía fama de ser hombre de pocas pero justas palabras. El viejo jefe sabía que, en el momento oportuno, su espíritu protector le daría la imagen precisa que debía transmitir a su nieto, Pájaro del Amanecer, para entregarle la sabiduría que él quería transmitirle antes de su definitiva partida.
Las huellas del venado los condujeron al río y, allí, siguiendo la orilla, pronto divisaron la pieza que habían ido a cazar. Se apearon de sus monturas y, agachados entre los juncos, se aproximaron al animal hasta la distancia adecuada para que Pájaro del Amanecer hiciera pudiera lanzar con acierto la flecha certera que había de abatir al venado.
El joven guerrero tensó la cuerda de su arco como una extensión de las propias fibras de su brazo. La flecha aguardaba a ser liberada cuando el venado alzó la cabeza ofreciendo un blanco más claro al que dirigir la saeta. Pájaro del Amanecer contuvo la respiración y ya se disponía a liberar la cuerda cuando, desde un reflejo del agua del río, el espíritu le habló a Oso Gris.
El anciano jefe detuvo el movimiento de su nieto y el venado, como una ráfaga de viento fresco, se puso a salvo entre los juncales.
Pájaro del Amanecer se sentía frustrado pero no hizo ninguna protesta. Sabía que si su abuelo había abortado el cobro de aquella pieza era porque tenía algo realmente importante que decirle, por lo que aguardó en silencio.
Oso Gris contemplo un rato el río y, luego, dirigiéndose a su nieto con una extraña luz en la mirada, comenzó a decirle:
- Nuestra mente es como este río: siempre está fluyendo. Pero en el fluir de las aguas hay diferentes corrientes. Y lo mismo ocurre en nuestra mente -guardó silencio un instante, contemplando la corriente-. Dentro de mí mismo, a veces puedo sentir a dos lobos: uno es apacible y tranquilo, un pacificador mientras que el otro es iracundo y agresivo.
Ahora, los dos guerreros contemplaban el transcurrir del agua mientras sus caballos aprovechaban la pausa para abrevar.
- ¿Y cuál de esos dos lobos va a ganar la batalla, abuelo? -preguntó, al fin el joven guerrero-.
El anciano jefe fijó ahora profundamente su mirada en los ojos de su nieto, como si quisiera traspasarle directamente los pensamientos que bullían en su cabeza y le contestó:
- Aquel al que yo alimente.
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