No había estado mal el viaje. La única pega había sido aquella parada para visitar el castillo. Sí, la fortaleza era espectacular pero el sol que caía a plomo durante el recorrido, insoportable. ¿Cómo puede estar tan desatendido un monumento nacional? Así, sin cafetería, ni nada. Y la máquina expendedora de bebidas, estropeada. Menos mal que la señora que andaba por allí limpiando había tenido el detalle de ir a buscar la llave para abrir la máquina y sacarle una botella. Claro que él buscaba dos botellas pequeñas, individuales, una para sí y otra para su compañera. Pero sólo quedaban de las grandes. Y como él no quería pegarle a ella su incipiente resfriado y como ella no quería que él fuera a ponerse peor a cuenta de algún germen propio, la botella había quedado sin abrir, y él había tenido que acarrearla toda la mañana por almenas, torreones y mazmorras. ¡Kilo y medio de agua, castillo adelante y sin echar un trago! Vaya gracia... En cuanto llegara a la ciudad, se daría una b...
Narraciones sobre el SENTIDO DE LA VIDA