Aquella mañana estaba más sonriente que nunca. No es que hubiera tenido un golpe de suerte, no. Ella bien que se había esforzado en hacer su parte. Bueno, como todos los demás -pensaba para sí mientras pasaba la fregona por el pasillo de la planta-. Cada uno en su puesto, cada cual con su función. Pero, al final, todo aquel duro trabajo conjunto había dado sus frutos.
De acuerdo que ella no estaba incluida en la foto que salía en la prensa. Ni había tampoco la más mínima alusión a su nombre ni a su quehacer diario. Pero ¿qué mas daba? Lo importante era el resultado. Allí eran como un equipo y el triunfo era de todos.
También era cierto que no iba a asistir a la fiesta que se estaba organizando en la cafetería. Mejor dicho, sí que asistiría aunque no como invitada sino para recoger vasos y platos de plástico, limpiar mesas, secar charcos de líquidos vertidos en arranques de entusiasmo, barrer suelos, aspirar migajas de cacahuetes, retirar servilletas de papel, eliminar palillos usados...
Era su trabajo, al fin y al cabo, y no se le ocurría otra contribución mejor a la fiesta
Su tarea, sí. Tanto si se trataba de limpiar pasillos como las habitaciones y los baños de los enfermos, ella era muy consciente de la importancia de su función en el hospital y, por eso, la hacía bien a conciencia, asegurándose de que no quedara rincón donde se pudieran esconder los gérmenes, procurando crear una atmósfera de frescura y pulcritud en la que enfermos y visitantes se sintieran seguros, a salvo de posibles contagios y complicaciones.
Sólo Dios sabía cuántas infecciones hospitalaria había impedido ella con su sencillo equipo de limpieza y sus habilidades limpiadoras.
Y no se limitaba, simplemente, a pasar la fregona o a retirar las sábanas sucias. Hacía también sus pinitos en el área de las relaciones públicas: procuraba aprenderse el nombre de los pacientes que llevaban varios días ingresados, siempre dedicaba una sonrisa de ánimo a los que eran conducidos al quirófano o volvían de él y daba ánimos a los familiares que aguardaban angustiados el resultado de una intervención o al padre primerizo, incapaz de relajarse en la espera de la llegada de su retoño.
Al fin y al cabo, no había ninguna otra persona en el hospital que se encargara de darle ese toque humano que tanto se agradece.
Y conocía muy bien los pasos de los grandes protagonistas del teatro de operaciones: el doctor que iba a ser homenajeado que, como cada día, pasaba -en ese preciso instante- junto a ella y su carro de la limpieza como si fueran invisibles, como si no existieran en los pasillos del hospital, ajeno también al aviso de "suelo mojado", ignorando el lado seco del corredor, para estampar en la humedad del piso las huellas de los zapatos que, de nuevo, ella tendría que limpiar.
Pero estaba satisfecha. El titular del periódico lo decía bien claramente: "El equipo del Dr. NNNN logra la mayor tasa de supervivencia en trasplantesde órganos..."
Y, era evidente que, por más que el eminente doctor la ignorara o aunque los demás miembros no la hubieran invitado a la fiesta, ella formaba parte integrante del equipo.
Y, tras aquel reconocimiento público, iba a seguir colaborando con su equipo con el mayor entusiasmo.
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